jueves, 24 de septiembre de 2009

Crisis Global: de Londres a Pittsburg mucha agua ha corrido bajo el puente.

Comparar el entorno económico y político prevaleciente durante las reuniones del G-20 de Londres y el de esta semana en Pittsburg, es una evidencia sorprendente para dimensionar la dinámica que ha adquirido la evolución de la crisis global y sus consecuencias sociales y geopolíticas. Cuando tuvo lugar el G-20 de Londres, en abril de este año, la economía estadounidense, y gran parte de la economía global, se hallaban en caída libre y nadie podía asegurar que el final no fuese el precipicio, o sea la “depresión”. Habían transcurrido siete meses de la caída de Lehman Brothers y del salvataje por nacionalización de los principales bancos ingleses. La Fed y los Bancos Centrales de la Eurozona inyectaban enormes sumas de liquidez en el sistema financiero para salvar de la bancarrota los bancos globales, inducidos por el gran temor de que pudiese acontecer una debacle financiera en el epicentro del sistema capitalista. En esta lucha desesperada por mantener en pie los bancos, se generó una gran expansión monetaria que se acrecentó aún más con los programas de estímulo a la economiza, la capitalización de empresas y los programas de reactivación sectorial que implicaron considerables niveles de subsidio, todos ellos diseñados para fortalecer la demanda privada, que se desplomaba a medida que se destruía la riqueza de los hogares por la caída del precio de las casas y el valor de sus tenencias accionarias. Pero a diferencia de la estrategia de salida de la Gran Depresión, Ben Bernake, un estudioso de la misma, sabía que la prioridad para alejarse de la debacle era mantener el sistema financiero en pie. Incluso la caída de Lehman Brothers es hoy altamente criticada; el esfuerzo monetario y fiscal de corregir sus consecuencias ha sido mucho más honoroso que lo que hubiese costado en aquel momento evitar la bancarrota de un icono global de Wall Steet. En este contexto económico, caracterizado por un esfuerzo mundial para apuntalar antes que nada el sistema bancario global, la Declaración del G-20 de Londres reflejó un amplio consenso en torno a la urgente necesidad de coordinar las políticas e instrumentos monetarios orientados a fortalecer la instrumentación de dicho objetivo y para ello reclamaba, en forma un tanto ingenua, una regulación financiera universal y un rol especial de los organismos internacionales en la supervisión de su cumplimiento, fundamentalmente jerarquizando el FMI. Evaluando la situación seis meses después de Londres, más allá de la tímida capitalización del FMI, y la sustancial disminución de las condicionalidades políticas incluidas en sus préstamos de balanza de pagos, nada trascendente ocurrió en términos de coordinación entre Bancos Centrales y menos aún en términos de articulación de políticas y regulaciones. Los países siguieron con sus estrategias individuales en relación al salvataje del sistema financiero, desde posiciones de nacionalización extremas como Inglaterra e Islandia, a posiciones intermedias como USA y menos intervencionistas como Francia y Alemania (la más restricta en cuanto al volumen de recursos). La “recuperación”, como categoría de análisis aún estaba lejos; nadie hablaba de ponerle fecha. La economía de USA y la economía global no encontraban el “piso” de la caída, se continuaba destruyendo trabajo, inversión y comercio, se acrecentaba el aluvión monetario a nivel global pero los países, salvo algunos eventos aislados, seguían y siguen enfrentando la crisis aisladamente, con estrategias nacionales muy diversas y lo que es peor aún compitiendo entre si, para capitalizar políticamente los primeros avances hacia la recuperación: “China nunca cayó en la recesión, Alemania ingresó en la recuperación; lo sigue Francia, USA podría presentar un crecimiento positivo en el tercer trimestre, Brasil finalizaría el año con crecimiento cero…” . Hoy el mundo, ante la mayor crisis de los últimos 80 años, no es el mejor ejemplo de solidaridad y cooperación. Poco incidió la Declaración de Londres. Tampoco lo hizo en materia de apuntalar el diseño coordinado de regulaciones al sistema financiero global, ni en relación al diseño de una arquitectura institucional internacional con capacidades y poder para implementarla.

A pesar de estas frustraciones, puesta en perspectiva histórica la Declaración del G-20 de Londres nos revela un hecho cualitativo valioso: el reconocimiento expreso, la toma de conciencia universal, de que somos actores de una economía global, dominada por sus interdependencias, lo que imposibilita la implementación de soluciones individuales. La crisis global mostró que la globalización no es únicamente un concepto o una bandera, es una durísima realidad o una maravillosa oportunidad y por ende, articular soluciones sustentables, requiere de enfoques globales.

Cinco meses después el G-20 vuelve a reunirse en Pittsburg. En los cinco meses transcurridos desde la reunión de Londres, la crisis ha seguido su implacable curso de destrucción: 16 millones de desempleados en Estados Unidos y 54 millones en los países de la OCD; 1000 millones, 200 producto de la crisis financiera, según anuncio ayer la ONU. El déficit fiscal en USA se acrecentó a 9.4% y por primera vez llegará a casi 2000 billones a fin de año. Los hogares estadounidenses han visto evaporarse 3 trillones de su riqueza acumulada, riqueza por otra parte que no había sido originada en el circuito productivo sino en la burbuja especulativa y por ende de muy difícil recuperación. Pero a diferencia de Londres, ha renacido la esperanza de una recuperación antes de fin de año; con forma de “V” para los más optimistas, de “U” para los optimistas-precavidos, de “L” para los pesimistas y de “W” para los analistas más visionarios como Roubini y Krugman. A pesar de que la reunión de Pittsburg se realizará bajo una tenue luz de esperanza, y no en la oscuridad de Londres, el balance de la instrumentación de lo consensuado en Londres es muy pobre, fundamentalmente en cuanto a la regulación del sistema financiero, epicentro de la crisis global. Es más, hoy la principal fuente de ingresos de los bancos de USA es el trading y ya se han reiniciado las actividades de alto riesgo y sofisticación en Wall Sreet, encabezadas por los mismos bancos, o a través de los equity funds o hedge funds, que hoy les pertenecen. Esto, en un marco que continúa desregulado, coloca al sistema financiero global en una situación más peligrosa aún de la que se encontraba en 2007, y al inversor en una situación mucho más vulnerable. Según afirmó George Stigler esta semana “se ha hecho un progreso muy pequeño en reformas regulatorias” y el momento para hacerlas “se está debilitando y los bancos están imponiendo su resistencia”. Y esta resistencia se endurece en tres puntos “innegociables” hasta el momento: esquema de bonos a sus directivos, valoración de activos a precios de mercados y participación (con el ahorro público) en la especulación financiera (función de trading).

En este entorno de tenue esperanza y grandes interrogantes hacia el futuro esperamos la reunión de Pittsburg que sabemos que se centrará nuevamente en contrarrestar la resistencia de los bancos a la reforma del sistema financiero a nivel nacional y su regulación a nivel global. Por lo tanto, la necesidad de urgentes regulaciones al sistema financiero, fundamentalmente honorarios, valoración de activos y transparencia en la división entre actividades bancarias y de trading en el mercado de capitales, fortalecimiento de la arquitectura financiera internacional, fundamentalmente más recursos para el FMI y declaraciones altisonantes sobre la pobreza, el calentamiento global y los derechos humanos expresadas en una pomposa declaración. Tengo esperanza que se aborde la discusión sobre la necesidad de nuevos planes de estímulo, un tema crucial para apuntalar la recuperación, pero de alta peligrosidad en la medida que monetizar aún más economías que han batido records históricos de déficit fiscal será “pan para hoy, hambre para mañana”. No creo que la Declaración de Pittsburg haga referencia al tema crucial de esta etapa del ciclo: la coordinación de las estrategias de salida de la crisis en cada país o bloque. Si no hay coordinación la recuperación dará lugar a graves desbalances monetarios y de flujos comerciales. Veamos, sólo faltan dos días y será muy interesante conocer el fin de semana la “Declaración de Pittsburg” y ver qué piensan los líderes de las veinte naciones más relevantes del planeta en un contexto de optimismo luego de dieciocho meses de caminar al borde del precipicio. Veremos si ese pánico ha desarrollado una conciencia global en torno a la urgente necesidad de cooperación, no sólo en materia económica, pero fundamentalmente en términos de pobreza y destrucción del medioambiente.