Las
nuevas autoridades chinas intentan una compleja y riesgosa maniobra:
desacelerar una economía en pleno auge de crecimiento. Nada en China es librado
al azar: el aterrizaje desde tasas de expansión del producto del 10% a tasas
del 7%, o menores aún en los próximos años (6%), no es consecuencia de una
sorpresiva e inesperada dinámica recesiva, sino que es el reflejo cuantitativo
de un rediseño del modelo económico de crecimiento chino, el cual enfriará la inversión
y privilegiará el mercado interno. Iniciar el entendimiento de las causas, los
riesgos y el impacto sobre la economía global de esta maniobra, es el objetivo
de esta REFLEXIÓN.
Después
del 2008, las exportaciones netas dejaron de ser una fuerza propulsora de la economía
para dar paso a la inversión, sobre todo en 2009. Ese redireccionamiento llevó
a una creciente proporción del producto bruto interno destinado a inversión, el
cual pasó de un ya altísimo 42% en 2007 a un absolutamente increíble 48% en
2010.
El
combustible que puso en marcha y dinamizó este motor de la economía fue un
crecimiento explosivo del crédito: los préstamos crecieron a una tasa anual del
30% durante el 2009. A medida que la crisis internacional se globalizó, a
partir del 2009, la tasa de crecimiento de las exportaciones se redujo hasta
alcanzar una tasa negativa de crecimiento a fines del primer trimestre del
2013. Con las exportaciones perdiendo vigor, y las inversiones públicas y
privadas dependiendo de estímulos monetarios crediticios insostenibles, el
nuevo Gobierno intenta urgentemente un reequilibrio de la economía, lo cual
implica esencialmente alejarse de un modelo de crecimiento impulsado por las
inversiones hacia un modelo impulsado por el consumo público y privado.
Obviamente
que una economía impulsada por el mercado interno no puede reproducir las tasas
de crecimiento a las que nos tenía acostumbrados China en los últimos años.
Desacelerados los motores de la inversión por decisión política, y el de las
exportaciones por reducción de la demanda global, el combustible esta siendo
redireccionado hacia el consumo. En una economía de la dimensión de la economía
China, un cambio de orientación de esta envergadura se asocia a grandes riesgos
internos y considerables impactos a nivel mundial
Veamos
primero los riesgos internos. Hay riesgos asociados al manejo de los
inventarios en una economía en rápida desaceleración -ya que su nivel depende
del crecimiento de la economía y no de su nivel de actividad-, a la inversión
en capital fijo -la cual debe caer
bruscamente-, y aquellos asociados a la adaptación de las empresas a los nuevos
niveles de ganancia -lo cual pondría en riesgo la solvencia corporativa y acrecentaría
fuertemente el riesgo de morosidad, que ya constituye un problema serio en
China-. Estos factores pueden generar una caída en la inversión más allá de lo
planificado. Ninguno de ellos es imposible de manejar, pero tampoco se pueden
ignorar, y su ocurrencia y la magnitud de su impacto sobre el resto de la economía
pueden ensombrecer la transición hacia el nuevo modelo de crecimiento y
fundamentalmente a la profundidad de la caída del producto.
A la
fecha las contribuciones trimestrales al crecimiento de la demanda interna
sugieren que la transición deseada se viene cumpliendo con una extraordinaria
suavidad. Sin embargo, hay muchos autores, entre ellos Paul Krugman, que son
bastante pesimistas en cuanto a que China sea capaz de llevar adelante, sin
grandes inconvenientes, un cambio de modelo de la magnitud del planteado. En su
reciente artículo en el New York Times, Krugman opina que “China es un gran problema, no estamos hablando de un pequeño
contratiempo en el camino, sino algo más fundamental. El sistema económico que
ha llevado a tres décadas de crecimiento increíble, ha llegado a su límite. Se
puede decir que el modelo Chino esta a punto de golpear la Gran Muralla, y la única
pregunta ahora es cuán seria será la caída”. La inversión disminuirá drásticamente
y para lograr el reequilibrio el consumo debe aumentar de manera espectacular,
la pregunta es si esto puede suceder lo suficientemente rápido como para evitar
una caída desagradable. Y la respuesta parece ser NO. “La necesidad de reequilibrio ha sido evidente desde hace años, pero
China simplemente ha postergado los cambios necesarios, manteniendo su moneda
subvaluada e inundando la economía con crédito barato. Estas medidas
pospusieron el día del juicio final, y ahora ha llegado”.
Obviamente
que los juicios y predicciones de Krugman son muy severos. Realmente preocupan
viniendo de quien vienen. Si estas predicciones se verificasen, y en lugar de
un reequilibrio planificado estuviésemos ante una economía que se desacelera
pero que corre riesgos de ingresar en una caída incontrolada, es lo único que
le faltaría a la crisis global. Estaríamos ingresando en el tercer acto de la crisis
global: EEUU, Europa y China.
Pensemos
que esta vez Krugman exagera. Aunque sus opiniones dejan un debate abierto: ¿la
desaceleración es un reequilibrio “piloteado” o es la consecuencia de un modelo
de crecimiento que ingresa en una fase de agotamiento por problemas
estructurales y postergación de las necesarias correcciones en las políticas económicas
adoptadas?
En relación
a los impactos que tendrá la desaceleración del crecimiento chino en la economía
global, debemos pensar que estamos hablando de un crecimiento programado de
tasas en el entorno del 7%. Nada desdeñable. Estas tasas equivalen a un
crecimiento de la economía de EEUU del 3.5% en lugar del 1.7% como fue previsto
para el 2013. Un desencanto para quienes creyeron que las “tasas chinas” habían
llegado para instalarse a perpetuidad. Entre ellos, muchas economías emergentes,
y entre ellas, muchas economías de América Latina. Pero que la segunda economía
del mundo crezca al 7% sigue siendo alentador para la economía mundial.
Además
del nivel de la tasa de crecimiento, lo que genera impactos a nivel de la economía
global es el cambio en la estructura de la demanda que condiciona la transición
de una economía impulsada por la inversión, a una economía impulsada por el
consumo. La lista de países y sectores vulnerables a este desplazamiento es
larga: de las minas australianas a los fabricantes de equipos y maquinaria
alemanes, pasando por los países productores de acero, hierro, carbón, cobre, níquel,
granos y una larga lista de productos básicos, cuya demanda y precio serán
afectados en diferente magnitud.
Sin
lugar a dudas el “superciclo” o boom en el precio de las materias primas llegó
a su fin. La magnitud de la caída en el precio de cada uno de los productos básicos
dependerá del impacto de la nueva estructura de la demanda. Aquellos asociados
fuertemente a la inversión pública y privada sentirán un golpe importante.
Pensemos, a modo de ejemplo, que la cuota china de la demanda mundial de acero
se elevó del 16% en el 2000 al 44% en el 2012, la cuota de níquel saltó en el
mismo período del 6% al 45%. Si la inversión se desacelera, estos notables
incrementos en la demanda y el precio de muchos minerales retrocederá, como ya
esta sucediendo con muchos de ellos. Pero el impacto sobre los productos asociados
a una economía que privilegiará el consumo pueden verse menos afectados por la desaceleración
del crecimiento chino. Es el caso de los alimentos, las manufacturas de consumo
final, los automóviles y los bienes de lujo.
En América
Latina sentiremos un fuerte “cimbronazo”, pero de menor magnitud en aquellos países
productores de alimentos y con mayor nivel de valor agregado en su producción.
Los que han cimentado su crecimiento en base a la producción de minerales se verán
seriamente afectados.
Hay
que prepararse para una nueva década: se terminaron las “tasas chinas de
crecimiento” y se terminó el “superciclo de las commodities”.