jueves, 1 de agosto de 2013

La Economía China: ¿Recesión o Reequilibrio?

Las nuevas autoridades chinas intentan una compleja y riesgosa maniobra: desacelerar una economía en pleno auge de crecimiento. Nada en China es librado al azar: el aterrizaje desde tasas de expansión del producto del 10% a tasas del 7%, o menores aún en los próximos años (6%), no es consecuencia de una sorpresiva e inesperada dinámica recesiva, sino que es el reflejo cuantitativo de un rediseño del modelo económico de crecimiento chino, el cual enfriará la inversión y privilegiará el mercado interno. Iniciar el entendimiento de las causas, los riesgos y el impacto sobre la economía global de esta maniobra, es el objetivo de esta REFLEXIÓN.

Después del 2008, las exportaciones netas dejaron de ser una fuerza propulsora de la economía para dar paso a la inversión, sobre todo en 2009. Ese redireccionamiento llevó a una creciente proporción del producto bruto interno destinado a inversión, el cual pasó de un ya altísimo 42% en 2007 a un absolutamente increíble 48% en 2010.
El combustible que puso en marcha y dinamizó este motor de la economía fue un crecimiento explosivo del crédito: los préstamos crecieron a una tasa anual del 30% durante el 2009. A medida que la crisis internacional se globalizó, a partir del 2009, la tasa de crecimiento de las exportaciones se redujo hasta alcanzar una tasa negativa de crecimiento a fines del primer trimestre del 2013. Con las exportaciones perdiendo vigor, y las inversiones públicas y privadas dependiendo de estímulos monetarios crediticios insostenibles, el nuevo Gobierno intenta urgentemente un reequilibrio de la economía, lo cual implica esencialmente alejarse de un modelo de crecimiento impulsado por las inversiones hacia un modelo impulsado por el consumo público y privado. 

Obviamente que una economía impulsada por el mercado interno no puede reproducir las tasas de crecimiento a las que nos tenía acostumbrados China en los últimos años. Desacelerados los motores de la inversión por decisión política, y el de las exportaciones por reducción de la demanda global, el combustible esta siendo redireccionado hacia el consumo. En una economía de la dimensión de la economía China, un cambio de orientación de esta envergadura se asocia a grandes riesgos internos y considerables impactos a nivel mundial

Veamos primero los riesgos internos. Hay riesgos asociados al manejo de los inventarios en una economía en rápida desaceleración -ya que su nivel depende del crecimiento de la economía y no de su nivel de actividad-, a la inversión en capital fijo  -la cual debe caer bruscamente-, y aquellos asociados a la adaptación de las empresas a los nuevos niveles de ganancia -lo cual pondría en riesgo la solvencia corporativa y acrecentaría fuertemente el riesgo de morosidad, que ya constituye un problema serio en China-. Estos factores pueden generar una caída en la inversión más allá de lo planificado. Ninguno de ellos es imposible de manejar, pero tampoco se pueden ignorar, y su ocurrencia y la magnitud de su impacto sobre el resto de la economía pueden ensombrecer la transición hacia el nuevo modelo de crecimiento y fundamentalmente a la profundidad de la caída del producto.

A la fecha las contribuciones trimestrales al crecimiento de la demanda interna sugieren que la transición deseada se viene cumpliendo con una extraordinaria suavidad. Sin embargo, hay muchos autores, entre ellos Paul Krugman, que son bastante pesimistas en cuanto a que China sea capaz de llevar adelante, sin grandes inconvenientes, un cambio de modelo de la magnitud del planteado. En su reciente artículo en el New York Times, Krugman opina que “China es un gran problema, no estamos hablando de un pequeño contratiempo en el camino, sino algo más fundamental. El sistema económico que ha llevado a tres décadas de crecimiento increíble, ha llegado a su límite. Se puede decir que el modelo Chino esta a punto de golpear la Gran Muralla, y la única pregunta ahora es cuán seria será la caída”. La inversión disminuirá drásticamente y para lograr el reequilibrio el consumo debe aumentar de manera espectacular, la pregunta es si esto puede suceder lo suficientemente rápido como para evitar una caída desagradable. Y la respuesta parece ser NO. “La necesidad de reequilibrio ha sido evidente desde hace años, pero China simplemente ha postergado los cambios necesarios, manteniendo su moneda subvaluada e inundando la economía con crédito barato. Estas medidas pospusieron el día del juicio final, y ahora ha llegado”.

Obviamente que los juicios y predicciones de Krugman son muy severos. Realmente preocupan viniendo de quien vienen. Si estas predicciones se verificasen, y en lugar de un reequilibrio planificado estuviésemos ante una economía que se desacelera pero que corre riesgos de ingresar en una caída incontrolada, es lo único que le faltaría a la crisis global. Estaríamos ingresando en el tercer acto de la crisis global: EEUU, Europa y China.
Pensemos que esta vez Krugman exagera. Aunque sus opiniones dejan un debate abierto: ¿la desaceleración es un reequilibrio “piloteado” o es la consecuencia de un modelo de crecimiento que ingresa en una fase de agotamiento por problemas estructurales y postergación de las necesarias correcciones en las políticas económicas adoptadas?

En relación a los impactos que tendrá la desaceleración del crecimiento chino en la economía global, debemos pensar que estamos hablando de un crecimiento programado de tasas en el entorno del 7%. Nada desdeñable. Estas tasas equivalen a un crecimiento de la economía de EEUU del 3.5% en lugar del 1.7% como fue previsto para el 2013. Un desencanto para quienes creyeron que las “tasas chinas” habían llegado para instalarse a perpetuidad. Entre ellos, muchas economías emergentes, y entre ellas, muchas economías de América Latina. Pero que la segunda economía del mundo crezca al 7% sigue siendo alentador para la economía mundial.

Además del nivel de la tasa de crecimiento, lo que genera impactos a nivel de la economía global es el cambio en la estructura de la demanda que condiciona la transición de una economía impulsada por la inversión, a una economía impulsada por el consumo. La lista de países y sectores vulnerables a este desplazamiento es larga: de las minas australianas a los fabricantes de equipos y maquinaria alemanes, pasando por los países productores de acero, hierro, carbón, cobre, níquel, granos y una larga lista de productos básicos, cuya demanda y precio serán afectados en diferente magnitud.
 
Sin lugar a dudas el “superciclo” o boom en el precio de las materias primas llegó a su fin. La magnitud de la caída en el precio de cada uno de los productos básicos dependerá del impacto de la nueva estructura de la demanda. Aquellos asociados fuertemente a la inversión pública y privada sentirán un golpe importante. Pensemos, a modo de ejemplo, que la cuota china de la demanda mundial de acero se elevó del 16% en el 2000 al 44% en el 2012, la cuota de níquel saltó en el mismo período del 6% al 45%. Si la inversión se desacelera, estos notables incrementos en la demanda y el precio de muchos minerales retrocederá, como ya esta sucediendo con muchos de ellos. Pero el impacto sobre los productos asociados a una economía que privilegiará el consumo pueden verse menos afectados por la desaceleración del crecimiento chino. Es el caso de los alimentos, las manufacturas de consumo final, los automóviles y los bienes de lujo.

En América Latina sentiremos un fuerte “cimbronazo”, pero de menor magnitud en aquellos países productores de alimentos y con mayor nivel de valor agregado en su producción. Los que han cimentado su crecimiento en base a la producción de minerales se verán seriamente afectados.
Hay que prepararse para una nueva década: se terminaron las “tasas chinas de crecimiento” y se terminó el “superciclo de las commodities”.