Cataluña
se debate entre continuar siendo la capital cultural de España o un Estado independiente.
Todo depende de si cumple la amenaza de su Presidente de declarar la
independencia unilateral esta semana y de la reacción del Gobierno Central, el
cual amenaza con la utilización de todos los instrumentos legales y
constitucionales para impedirla.
Hace un
mes atrás confieso que no hubiese interpretado el anhelo de los catalanes y su
lucha por la independencia de España como lo interpreto hoy. Mi espíritu
libertario, esa vieja creencia anidada desde décadas de que Cataluña no es
España, que tienen su propia historia, su propia cultura, su propio idioma y
sus maravillosos artistas: Miro, Gaudí, Dalí, Tápies, Serrat, entre tantos
otros de igual relevancia, reforzaron esa distinción. Incluso que el Barca no
es un equipo español sino catalán y que cuando se enfrenta al Real Madrid es un
enfrentamiento casi internacional.
Así fue
creciendo en nuestro imaginario que Cataluña no era España, incluso viajábamos a
España, Barcelona e Italia. Crecimos y envejecimos con esa noción “borrosa” de
que Cataluña no era un país pero era una región que se asimilaba a un país. Que
no era correcto asimilarla ni compararla con el resto de España. Incluso
sentirse identificado con Cataluña en sus reclamos de independencia fue siempre
un código de progresismo y cultura. Con estas estructuras de ideas y emociones
llegué hasta el día del referéndum. La brutal represión que el Gobierno Central
descargó sobre Cataluña profundizó mis sentimientos, confirmando mi creencia de
que el anhelo de independencia de Cataluña era legítimo.
El
discurso del Rey reforzó mi solidaridad con la pasión independentista catalana.
Me hizo tomar conciencia de que España, además de un Estado de Derecho
democrático, es una Monarquía y que las disputas territoriales no solo pasan
por la relación entre el Gobierno Central y los gobiernos locales, sino que hay
un tercer poder representado por el Rey, al cual se lo percibe como garantía
final del unionismo español. Si ese es el rol, el discurso del Rey fue
descalificante. Un discurso sencillamente grosero, propio de un dirigente
político y no de un Rey que como tal debería haber llamado a la calma, la
reflexión y la negociación.
Sin
embargo, a medida que han transcurrido estos treinta y dos días, la pasión ha
ido dando lugar a la razón y, expuesto a la posibilidad de una declaración
unilateral de independencia como la prometida por Puigdemont para el martes,
apuesto a que prevalezca la sensatez tanto en Madrid como en Barcelona, dando
inicio a un proceso de negociación que contemple el Estado de Derecho, que
reconozca viejas reivindicaciones que Cataluña hace décadas viene exigiendo al
Gobierno Central, las cuales sistemáticamente han sido negadas en el marco de
un centralismo inflexible, encubierto en el temor independentista. Por ejemplo,
no hay razones por las cuales Cataluña no pueda ser autónoma en el manejo de su
infraestructura, fundamentalmente portuaria y aeroportuaria, así como retener
ciertos recursos que equilibren los desiguales flujos fiscales que hoy
caracterizan la relación económica entre el Gobierno Central y Cataluña.
Hoy las
posiciones se han endurecido. Puigdemont reafirma la validez del referéndum, a
pesar de que solo votó menos del 50% de la población y amenaza con concurrir al
Parlamento para en ese ámbito declarar la independencia unilateral de Cataluña
el martes. Rajoy, con el apoyo del Socialismo y Ciudadanos según él lo expresa,
responde que el Gobierno Central está dispuesto a echar mano a todos los
instrumentos legales y constitucionales para impedir la independencia de
Cataluña.
Confrontado
con esta rigidez de posiciones y después de haber tenido acceso a las imágenes
y los discursos de la multitudinaria manifestación del domingo en Barcelona a
favor de la “unidad”, creo que es sensato dejar de lado la pasión y el
fanatismo y alinearse con la posición de la Unión Europea y de la mayoría de
los gobiernos que la conforman, en favor de iniciar lo antes posible un proceso
de negociación. Si esta fuese la intención final de todos los actores, cabría
preguntarse si tácticamente dicho proceso debe iniciarse antes o después de
declarada la independencia unilateralmente. Yo pienso ahora, dejando la pasión
de lado, que debería iniciarse previamente. Los daños pueden ser irreversibles
si ambos actores cumplen con el rol político al que se consideran obligados y
la representatividad de su electorado al que no desean contrariar.
Finalmente,
hoy me sumo a quienes advierten que el nacionalismo como concepto es altamente
riesgoso para la construcción europea. Cada vez son más los que lo proclaman
desde posiciones populistas y de extrema derecha. El Brexit inició un proceso
de separatismo que puede continuar con otros territorios. No es un momento
adecuado para alentarlo. Nuevamente, ojalá que prevalezca la razón y hoy nos
encontremos ante las amenazas y rigideces que comúnmente anteceden un proceso
de negociación en el cual la autonomía catalana tiene mucho que reivindicar.