viernes, 10 de junio de 2011

Crisis económica mundial: ¿Se desinfló el globo?

La engañosa fantasía que se pretendió imponer durante la última asamblea del Fondo Monetario Internacional de que la crisis económica global había llegado a su fin, comenzó a desmontarse hace dos semanas cuando se anunció que el crecimiento del PBI de los EE.UU. había retrocedido a 1,8% en el primer trimestre del 2011, y terminó de desintegrarse el viernes 3/6 cuando se anunció que la mayor economía del mundo solo creó 54.000 empleos en mayo, cuando los principales analistas esperaban que se crearan 165.000, lo que ya constituía un descenso frente a los 232.000 creados en abril. Como consecuencia, la tasa de desempleo creció una décima, a 9.1%. A la información divulgada por el Departamento del Trabajo de los EE.UU. se agregó un amesetamiento y posterior descenso en la confianza del consumidor. En el transcurso de las seis últimas rondas Wall Street reflejó furiosamente la desarticulación del montaje optimista sobre la recuperación económica en Norteamérica y el mundo. Desde principios de la semana pasada la confianza de los inversores se fue doblegando y los tres índices más importantes han caído a valores cercanos a los de setiembre del año pasado. La semana cerró con el Dow Jones por debajo de 12.000 puntos.

La reacción de los inversores habría sido aún peor si no hubiese sido porque a su vez, a última hora del viernes pasado, se cerró con resultados favorables un nuevo capítulo de la “tragedia griega”: el gobierno griego anunció que recibió el visto bueno de la UE y del FMI a las nuevas medidas comprometidas de austeridad y privatizaciones que pretenden reducir el déficit fiscal de 10.5 % hasta el 3% en tres años, desbloqueando así el tramo correspondiente a junio del crédito internacional de 110.000 euros ya concedido. Concretamente 12.000 millones de euros, que según los más optimistas puede abrir la puerta a 60.000 millones de euros adicionales. La noticia, mas allá de la credibilidad que puedan tener las cifras que la ilustran y la viabilidad política de implementar los compromisos asumidos por Grecia, generó un respiro al posponer el riesgo de “default” que había sobrevolado las crispadas bolsas europeas y contribuido a la desgastada confianza de los inversores en EE.UU. El “clarín” helénico resonó a última hora del viernes 3 e hizo que las bolsas europeas recortaran pérdidas y finalizaran la semana en terreno neutral. Pero el descenso retomó su curso la presente semana.

Si este “maquillaje” sobre la gravísima situación griega -su deuda asciende a 145% del PBI- no hubiese tenido lugar, peligraba toda Europa ya que el “default” griego hubiese repercutido estruendosamente sobre el débil arreglo al que llegó Portugal y la frágil situación financiera de Irlanda, y se hubiese agravado la crisis económica, social y política española.

Mientras en nuestros países vivimos la primavera del precio de las commodities, no hacemos conciencia de que el mundo desarrollado inició un nuevo ciclo depresivo y que el ritmo de la contracción se acelera cada semana desde hace más de 15 días. La recuperación ingresó en una faz “frustrante” en palabras de Ben Bernanke. Desde aquellos países que hemos conocido las repercusiones de una recesión mundial, nos surge una pregunta inquietante: ¿qué sucede realmente en la economía de los países centrales? La semana pasada Obama admitía “estamos enfrentando algunos vientos en contra”, el miércoles 8 Ben Bernanke también admitía la desaceleración de la economía de EE.UU. y evitaba hablar de nuevos estímulos. No habría un nuevo programa de estímulo por ahora y el mercado ávido de liquidez penaliza la “aparente” decisión.

Mas allá de la evidencia estadística y el reconocimiento oficial sobre el debilitamiento de la recuperación, debemos preguntarnos cuál es la verdadera naturaleza de este nuevo episodio, que no parece ser un debilitamiento coyuntural y temporario, tal cual quiere presentarlo el “relato oficial”. Desde una visión más realista, estamos ante un “globo” que se infló artificialmente en base a la inyección de una sobreoferta de liquidez -QE2 de 600.000 millones de dólares- y que está llegando a su fin sin que haya indicios de un EQ3 adicional, sino más bien una dura negociación del gobierno de Obama para superar en el Congreso el techo constitucional al endeudamiento soberano.

Es comprensible que las necesidades presupuestarias, el déficit fiscal y el nivel de endeudamiento de la economía norteamericana no permiten continuar con los sucesivos programas de estímulo económico con que se ha venido apuntalando la recuperación económica. Es probable que la respuesta “benbernankiana” a la crisis haya llegado a su fin. Lo que no estaba previsto es que luego de más de cuatro años de inyecciones de liquidez indiscriminadas, en volúmenes nunca imaginados, la economía real no exhibiese claros signos de una recuperación sustentable.

Y obviamente no la generó. Sin embargo, lo que no comunican con la sinceridad necesaria los líderes políticos de los países desarrollados, es que estamos iniciando un ciclo mucho más grave que una contracción coyuntural y temporaria como la que intenta caracterizar Obama: “últimamente son los elevados precios de la gasolina, el terremoto en Japón y las inquietudes fiscales en Europa que explican el debilitamiento de nuestra economía”.

Yo considero que el problema es más profundo. En primer lugar, los mercados han advertido que se agotó el “combustible” de los estímulos, la emisión y la liquidez. O peor aún, han concluido que para seguir creciendo EE.UU. requiere de estímulos, déficit, deuda, emisión, lluvia global de dólares: o frena la maquinita y se para la economía y sube el desempleo, o prende la maquinita y emite y se desborda de liquidez que no podrá ser absorbida y se transformará en inflación, pérdida de capacidad de compra, retracción de consumo y nuevamente recesión y desempleo. Todo este escenario con la tasa de interés casi nula. Si la tasa sube, las consecuencias se agudizan. Difícil disyuntiva a la que se agrega la crisis financiera europea, que salvo en Alemania y Francia, se expresa económica y políticamente. Reiteramos, estamos ante un “globo” que se infló artificialmente en base a la inyección de una sobreoferta de liquidez. ¿Cómo sigue este relato que ya lleva cuatro años de impensables consecuencias?

Yo pienso que hemos llegado a un punto en que deberíamos aceptar que hay un cambio profundo en varios fundamentos de la economía capitalista mundial. Algunos económicos, otros sociológicos. El consumidor cambió, no se lo “empuja a golpes de liquidez”. Hay incluso cambios de conducta y de valores. El ahorro pasó a ser una palabra y una actitud positivamente valorada por el consumidor y la sociedad. Infelizmente aún no por los gobiernos. Por lo tanto, percibimos que hay que aceptar que conviviremos con una tasa de consumo menor y en consecuencia una tasa de crecimiento menor. Wall Street no regresará a sus días de fiesta artificial e irresponsable. Las tasas de crecimiento en el mundo desarrollado se aplanarán en valores menores. Hemos bajado un escalón, un cambio en la loca carrera del crecimiento y el consumismo. Las casas no recuperarán sus valores originales, los títulos no necesariamente recuperarán los precios pre-crisis, y así muchas otras variables se ubicarán en un nivel más bajo, pero más realista. Hay que aceptar que en estos cuatro años se “quemó” un gran volumen de riqueza, y que pudo quemarse porque eran “papeles”. Poco a poco los inversores y sus agentes financieros irán perdiendo la ansiedad de una recuperación que nos retorne a valores de títulos y activos pre -crisis. Solo seguirán creciendo transitoriamente los valores de protección, que cada día se reducen a prácticamente el oro, las commmodities y los ladrillos.

La otra cara de la moneda: un crecimiento más moderado significa un escenario más favorable para el medioambiente y para los riesgos del cambio climático, mucho mayores que la desaceleración de la economía. Si no se sigue emitiendo y si los gobiernos de los países centrales moderan el gasto, lentamente la economía irá absorbiendo los excesos de liquidez, no sin turbulencias, y lentamente el mundo desarrollado irá reduciendo el gasto público, no sin dificultades políticas y sociales.

El lado más negativo de este probable escenario es la clásica ecuación económica que caracteriza la dinámica capitalista: consumo – nivel de actividad – nivel de empleo. Habrá que mirar más a China y a muchos otros países asiáticos para aprender a planificar y diseñar políticas de empleo. Seguramente tendrán un costo más bajo que los billones destinados a los varios programas de salvataje bancario y estímulo del consumo.

Mientras tanto los países emergentes continuarán su camino hacia un escenario de mayor desarrollo, quizás a un ritmo más lento si la economía y el comercio global languidecen. Están en general mejor preparados para enfrentar una contracción de la economía mundial de lo que lo estaban en 2007. Sus equilibrios macro se han consolidado, y probablemente un poco de agua fría aleje el recalentamiento y el fantasma de la inflación. Las bolsas de Brasil, India, China e incluso Argentina no se han hecho eco de las duras semanas que enfrentaron Wall Street y Europa.