Este artículo pretende ser el primero de
una serie en que nuestras reflexiones intentarán apartarse del análisis
coyuntural de la crisis para reflexionar en torno a las tendencias (o en algunos
casos los paradigmas) que caracterizarán el nuevo ciclo económico que debemos
enfrentar como país y como individuos. Comencemos por cuatro paradigmas que
considero los más consolidados, y si bien sus orígenes trascienden hacia el
pasado el inicio de la crisis, la consolidación y profundización de su
presencia en el presente hace prever su fuerte incidencia en el direccionamiento
de la economía global en el futuro.
1. La fragmentación y
dispersión geográfica del proceso capitalista de producción
2. La universalización y homogenización de las pautas de consumo
3. La subordinación de la producción y el consumo al capital financiero
El
tercer paradigma es la profundización
y globalización de una vieja previsión marxista: el control del proceso
productivo por el capital financiero. Al análisis de los clásicos sobre la dialéctica
capitalista hay que adicionarle la sofisticación, profundidad y alcance que
este fenómeno ha tenido sobre el capitalismo global. Desregulado y globalizado,
el sistema financiero exhibió la capacidad de dominar, controlar y
funcionalizar el proceso de producción y a la sociedad en su conjunto a sus
propios intereses: la generación de riqueza se aparta gradualmente de sus
funciones originales de adquirir riesgo para financiar el consumo y la generación
de bienes (propias del capitalismo industrial) y se traslada a la especulación
y las malas prácticas, entre otras, la estructuración de sofisticadísimos
productos que disfrazan activos tóxicos y prometen altas ganancias de corto
plazo. Todo potenciado por el constante desarrollo de la tecnología y las
comunicaciones. Gradualmente la energía de la generación de riqueza se traslada
hacia la generación y adquisición de papeles y no de bienes, origen la crisis
mundial en la que aún seguimos inmersos. Alcanzó su máxima expresión al final
del gobierno de Bush, donde el grado de desregulación, iniciado en la
presidencia de Clinton, exhibió su máximo alcance. El gobierno de Obama ha
frenado en parte este perverso proceso de desregulación bancaria y del mercado
de capitales. Lo mismo ha ocurrido en Europa con varias iniciativas encaminadas
por el Banco Central Europeo, como el camino iniciado hacia la Unión Bancaria y
las exigencias de capitalización bancaria. Pero la intrincada red institucional
vuelve muy lento el proceso de toma de decisiones en la Unión Europea y el
sector financiero continúa tomando ventaja de la crisis de deuda soberana y
restringiendo – o congelando – el crédito a empresas y familias, lo que
obstaculiza la recuperación y agrava la crisis económica, social y política en
la que está sumergida Europa, fundamentalmente Europa Mediterránea.
No
hay duda de que los bancos son las nervaduras por las que corre la sabia del
sistema capitalista: el crédito. Por ende, son irremplazables para que la
producción, el consumo y el comercio se desarrollen. Esto aconteció durante décadas
desde la revolución industrial. Pero cuando el capital financiero, bancos y
mercado de capitales se dejan liberados a su propia dinámica y voracidad, de
plataforma impulsora de la economía real pasan a ser protagonistas de su
asfixia. El management se escinde de la propiedad y la dinámica de esta asfixia
se acelera: la lógica del management es aún mucho más voraz y cortoplacista. La
economía pasa a ser un mundo de papel, cuyos valores se generan y se queman
dependiendo más de variables especulativas que de parámetros vinculados al
trabajo, la inversión, la rentabilidad y la innovación. Esta batalla por la
regulación del sistema financiero y para que éste regrese, o se acerque a su función
original, caracterizará las próximas décadas. El resultado es obviamente
incierto. Sólo para pensar: la regulación, e incluso la propiedad de los bancos
chinos por parte del Estado es muy amplia; quizás esté ahí la gran diferencia
en el éxito del capitalismo asiático frente al occidental y japonés. Son aún capitalismo.
4. La crisis y reformulación del Estado del Bienestar
4. La crisis y reformulación del Estado del Bienestar
En
muchos países europeos el Estado del Bienestar había alcanzado su apogeo como
modelo económico-institucional capaz de generar riqueza, bienestar y mejor
distribución del ingreso. Con la crisis de deuda soberana se levanta el velo
del origen de esta ficción y aparece un Estado altamente endeudado y un sector
público deficitario, derrochador, corrupto en muchos casos, pero con una gran
habilidad para emitir y colocar deuda a bajas tasas, encubiertas bajo la figura
del Euro, una moneda con un supuesto gran respaldo. Por supuesto que el sistema
financiero (fundamentalmente el alemán) jugó su rol y fue cómplice de esta
ficción en torno a la emisión de grandes volúmenes de deuda soberana para
financiar un déficit presupuestal con el que se financiaba el show del Estado
del Bienestar en Grecia, España, Italia, Portugal, Irlanda y otros países
europeos.
La
destrucción de esta estructura en países que hasta hace pocos años lo
proclamaban como referencia a escala mundial, así como su reformulación, serán
protagonistas de varios años de arduo trabajo y sufrimiento para los países que
han vivido su crisis y que enfrentan, con mucho descreimiento, su recuperación
reformulada. Habrá que analizar con más detenimiento la organización
institucional predominante, así como el proceso de generación y distribución de
bienes públicos en varios países nórdicos, en los cuales el Estado del
Bienestar ha resistido los embates de la crisis global y de Europa en
particular.
La consolidación y profundización de estos
paradigmas configuran un escenario económico global en el cual el sistema
financiero (más regulado) continuará controlando el proceso de producción que
avanzará en su internacionalización y segmentación, orientado a satisfacer
pautas de consumo homogéneas y globales.