domingo, 17 de diciembre de 2017

CUMBRE DE LA OMC EN BUENOS AIRES. GLOBALIZACION Vs. PROTECCIONISMO: Xi-Jinping Vs. Donald Trump.

La cumbre de la OMC en Buenos Aires fue el escenario perfecto para el enfrentamiento entre Globalización y Proteccionismo protagonizado por los gobiernos de Xi-Jinping y Donald Trump. El giro de EE.UU. a comienzos de año -America First- liberó un espacio que China está ocupando, estratégicamente, erigiéndose en líder mundial del libre comercio y del multilateralismo, sin abandonar su interés superior de profundizar el intercambio comercial y de inversiones con EE.UU. Un enfrentamiento entre lucidez y torpeza.

El último Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) concluyó con la aprobación por parte de los 2300 delegados presentes, de la inclusión en la Constitución del Partido del llamado “pensamiento de Xi-Jinping sobre el socialismo con características chinas en una nueva era”, lo que significó la entronización de Xi al nivel de los máximos líderes históricos de la República Popular: Mao Tse-tung y Deng Xiaoping. En su intervención final Xi habló de “la ambición de China de constituirse en el país número uno en el mundo para el 2050”.

¿Qué implica “el socialismo con características chinas en una nueva era" para la definición de una estrategia de relaciones internacionales y comerciales?. ¿Le otorga al giro que ha experimentado China en su política exterior una cobertura ideológica o éste cambio es puramente el aprovechamiento de una oportunidad?

Nuestra respuesta es que existe una interacción virtuosa entre la oportunidad abierta por la política externa de Trump y la necesidad del nuevo modelo económico enunciado en el último Congreso del PCCh de abrirse al mundo para respaldar la modernización industrial, el mayor consumo interno, la aceleración de sus inversiones externas y el control de los recursos naturales a nivel global.

En este contexto, China se erige como el líder de la globalización. Liderazgo que se ha visto facilitado por la retirada de EE.UU. en el plano internacional, cuestionando alianzas, rompiendo acuerdos y pregonando su enfoque nacionalista y proteccionista. Mientras Trump “descontruye”, el gigante asiático impulsa lazos políticos, culturales y promociona inversiones.

A la vez que el Congreso de EE.UU. recorre las últimas etapas de la aprobación de la ley que rebaja los impuestos, fundamentalmente el referido a las ganancias corporativas, Xi-Jinping avanza en la estrategia de convertir a su país en el principal exportador mundial de capitales, reemplazando precisamente a EE.UU. e incluyendo a su vez a éste último como el destino más atractivo para la radicación de sus inversiones. Ya en el 2016 las inversiones chinas en el exterior superaron a las estadounidenses. China espera que para el 2025 sus inversiones de capital en el exterior, que hoy ascienden al 5% de su producto, asciendan al 30% del producto, lo que significa realizar inversiones en el exterior, entre sector público y privado, por más de 1.5 billones de dólares. A su vez, como contrapartida, en la próxima década China aspira a recibir inversiones extranjeras directas por un billón de dólares.

Hoy el stock de inversión extranjera de China en EE.UU. supera los 180.000 millones de dólares -esta cifra era de 5000 millones en el 2000-. Con la reforma impositiva y la consecuente reducción del impuesto a las ganancias corporativas, la inversión china en EE.UU. aumentará considerablemente en los próximos años.

A partir del enfrentamiento inicial, incluidas las amenazas de Trump a China para frenar sus inversiones con aranceles exorbitantes, en el transcurso del año las dos potencias mundiales han ido sentando las bases para la construcción de un círculo virtuoso en la relación bilateral. Por un lado, China favorecida por la reducción del impuesto a las ganancias corporativas, aumentará sus inversiones en EE.UU. especialmente en compañías de alta tecnología, adquiriendo el “know how” necesario para sustituir su antiguo modelo de desarrollo industrial. Por otro lado, EE.UU. resignando su hegemonía sobre la economía global pero a la vez atrayendo capitales para impulsar su crecimiento económico, reducir el desempleo y alimentando el paradigma “America first”. Ambos amortiguando los factores de conflicto que obstaculicen el círculo virtuoso que genera la “declarada” confrontación entre globalización y proteccionismo.
Pero no siempre el mecanismo de amortiguación opera. A veces es políticamente conveniente que surja la controversia. Y cuando surge la controversia ambos parecen haberse embanderado con la globalización y el proteccionismo hace décadas y no en el correr del presente año. La OMC es justamente el escenario perfecto para que se exprese el aspecto confortativo de este círculo virtuoso en que se complementan las estrategias de política comercial de China y EE.UU. La sección inaugural y de clausura estuvieron protagonizadas por un choque entre la postura proteccionista del Gobierno de Donald Trump y la decidida defensa de la globalización y el libre comercio realizada por el Gobierno de Xi-Jinping.

El Ministro de Comercio de China, Zhong Sahan, expresó en su discurso inaugural: “El proteccionismo comercial está creciendo y la globalización enfrenta grandes desafíos.
Creemos que ningún país pueda ser capaz de alcanzar el éxito en el aislamiento… China apoya la globalización económica y el sistema multilateral de comercio”.
La posición de China fue secundada por gran parte de los 164 países participantes. Particularmente por la Unión Europea, la cual siente que EE.UU. la ha dejado sola en la batalla contra el proteccionismo.
La UE, a diferencia de China que se felicita de haberse apropiado de la lucha por la globalización y el libre comercio, se siente traicionada por un aliado tradicional como EE.UU. en su lucha de décadas a favor del multilateralismo. Décadas en que la estrategia china rechazaba estos conceptos y era acusada por EE.UU. y toda la comunidad internacional de generar barreras al comercio y desconocer al multilateralismo y sus instituciones.

América Latina también cerró filas contra Trump. Los cuatro países del Mercosur liberaron una declaración de apoyo explícito al multilateralismo, a la cual se sumaron otros países, entre ellos Colombia, Chile, Perú y México.

Tanto la Unión Europea como gran parte de América Latina han sido coherentes con su posición histórica en relación al libre comercio y al multilateralismo. China ha adherido a esta posición en el último año, lo cual evidencia un formidable giro estratégico de Xi-Jinping ante el inesperado triunfo de Trump y su discurso nacionalista y proteccionista.

En síntesis, EE.UU. dejó un formidable espacio libre que está ocupando China para ampliar su influencia internacional, promover sus inversiones en terceros países y a su vez negociar con Washington el ingreso de inversiones y bienes en el mercado norteamericano. Todo ideológicamente amparado bajo el “pensamiento de Xi-Jinping sobre el socialismo con características chinas en una nueva era”.

sábado, 25 de noviembre de 2017

UN GRAN DILEMA SE CIERNE SOBRE ALEMANIA Y EUROPA



El reciente colapso de las negociaciones en Alemania para la formación de un gobierno de mayoría, lideradas por Angela Merkel, despliega un manto de inestabilidad en Alemania y Europa ya que se trata del garante de la estabilidad en la Unión Europea. El famoso protagonismo y pragmatismo de la mujer más poderosa del mundo por ahora ha fallado, aunque desde el viernes 24 de noviembre aparecen señales que reivindicarían su formidable capacidad de diálogo y liderazgo.


La Unión Europea ingresa en una fase de su historia reciente en la cual su estructura, el principal y más acabado bloque integracionista del mundo, sufre algunas grietas que deberá superar si pretende establecer su liderazgo en Occidente, ahora que Trump ha resignado el liderazgo de EE.UU. en pro de su estrategia “America First”.


El Brexit, el crecimiento de la derecha nacionalista y xenófoba, el independentismo catalán y la imposibilidad de Angela Merkel de formar gobierno sacuden al bloque, que no había enfrentado un conjunto simultáneo de eventos tan desafiantes desde hace décadas.

Concentraremos nuestra atención en el último de estos eventos: el reciente colapso de las negociaciones en Alemania para la formación de un gobierno de mayoría, ya que se trata del garante de la estabilidad en la Unión Europea, y en alguna medida del mundo occidental una vez que Trump llegó a la Casa Blanca. El famoso protagonismo y pragmatismo de la mujer más poderosa del mundo por ahora falló, aunque desde el viernes 24 de noviembre aparecen señales que reivindicarían su formidable capacidad de diálogo y liderazgo. 

Reflexionemos sobre el proceso de formación del gobierno en Alemania desde las elecciones de setiembre, en que ganó el partido de Merkel y por lo tanto fue convocada por el Presidente a formar gobierno.

Junto a su Partido, la Unión Cristiano-Demócrata, (CDU) que obtuvo baja votación en las elecciones, la Canciller fracasó en el primer intento para formar un nuevo gobierno de mayoría, en el marco de una coalición con Conservadores, Liberales y Verdes, llamada “Coalición Jamaica” por la similitud de los colores que contenían las banderas de cada uno de los partidos que la integraban con la bandera de Jamaica.

Durante cinco semanas la CDU de Merkel, junto a sus socios circunstanciales, en días de trabajo maratónicos negociaron cuales debían ser las bases de un programa de gobierno común para los próximos cinco años. Los participantes se habían autoimpuesto como límite la noche del 19 de noviembre, pero a último momento los liberales del FDP generaron la implosión del acuerdo. “No hay ni la confianza ni el consenso necesarios entre las partes” expresó Christian Linder, el líder liberal, que se postulaba como Ministro de Economía del nuevo gobierno y a quien finalmente todo el arco político alemán responsabiliza del fracaso de la decisión.

“Hice lo que pude, estábamos en la recta final” afirmó Merkel luego de la abrupta salida del Partido Liberal del proceso negociador. Y agregó “si hay elecciones estaré otra vez a disposición” frase que desplegó un manto de tranquilidad sobre gran parte de la conmocionada sociedad alemana, que a la inversa de otros países parlamentaristas, en que se suceden varios intentos de formar gobierno consideran este colapso como la peor crisis política desde 1949.

A partir de ese domingo 19, se abrió un proceso de inestabilidad política cuyo rumbo quedó en manos del Presidente, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, quien tiene la potestad de aprobar un gobierno de minoría o intentar un esfuerzo adicional para conformar una nueva coalición o disolver el Parlamento y convocar a elecciones, este último un escenario político bastante desequilibrante para Alemania, además muy riesgoso políticamente dado el crecimiento que tendrían los partidos “antisistemas” y por ende “antieuropeístas”. En el Parlamento alemán, tal como quedó conformado en setiembre, hay seis bancadas con las cuales nadie quiere dialogar, entre ellas la ultraderecha -Alternativa para Alemania (AFD)- y el postcomunismo alemán. Esta irrupción de nuevas fuerzas políticas, fundamentalmente la ultraderecha, hacen muy difícil formar alianzas sólidas con mayorías estables.


Por estas razones el círculo de acción del Presidente se cierra a reintentar atraer a su propio Partido Socialdemócrata (SPD) a la mesa de negociaciones e intentar reeditar la actual coalición de gobierno con la CDU de Merkel y en el mejor escenario manteniendo la presencia de los Verdes.

Esto parecía un hecho político inalcanzable apenas unos días atrás. El SPD liderado por Martin Schulz, muy lesionado por sus resultados electorales de setiembre, y adjudicando los mismos al desgaste que le había generado el participar en la coalición de gobierno con el CDU, ha venido anunciando desde las elecciones que no están dispuestos a reeditar la actual coalición de gobierno. Sin embargo, los esfuerzos de Steinmeier y el temor a lo que podría suceder en una nueva elección, con el probable crecimiento de la ultraderecha, han dado lugar a que el Presidente se haya reunido ayer con Merkel y haya citado a los Verdes y a los Socialdemócratas a conversar en busca de una salida a la grave crisis política en el garante de la estabilidad política de la Unión Europea, apenas unos días antes que ocurran las elecciones en Cataluña.

Y parece que los esfuerzos del Presidente, y el pragmatismo y la persistencia de Merkel, estarían dando ya algunos resultados: el líder del SPD, Martin Schulz anunció que se reunió la tarde del jueves con la directiva de su partido en la Casa de Willy Brandt -el cuartel general socialdemócrata- para acordar los pasos a seguir. A las dos de la mañana del viernes 24 de noviembre el Secretario General del SPD anunció que su partido  está ahora dispuesto a ceder y a sentarse a hablar con Merkel de un acuerdo de gobierno: “El SPD está firmemente convencido de que debe haber conversaciones. El SPD no está cerrado a hablar”.
Luego del fracaso de la coalición Jamaica, la presión sobre el SPD es inmensa, no solo de parte de la clase política y la sociedad alemana, sino de toda Europa. Ante esta presión el SPD tendrá que valorar, luego de su declaración de disponibilidad para el diálogo, el daño político que le causa reeditar “la Gran Coalición” y bajo qué condiciones iniciará el diálogo con Merkel. Puede ser bajo un plan de gobierno común, o en el marco de un gobierno conservador en minoría con acuerdos parciales en torno a políticas específicas, como puede ser la política exterior, la política económica, etc. Difícil, a nuestro juicio que Merkel acepte un acuerdo conservador en minoría: se abre así un nuevo gran dilema entre reeditar la Gran Coalición, un gobierno conservador en minoría o nuevas elecciones en marzo. Estos próximos días veremos cómo se despeja la nube de inestabilidad que hoy se cierne sobre Alemania y Europa.

lunes, 16 de octubre de 2017

Trump avanza contra el multilateralismo



En el marco de su concepción nacionalista y antiglobalizadora “America first”, Trump avanza en sus ataques dirigidos al debilitamiento del multilateralismo y la imposición de un modelo de conciliábulos bilaterales donde prevalecen los intereses propios.


La implementación de este enfoque se inicia desde la asunción presidencial de Donald Trump y constituye el corazón de su estrategia “America first”, la cual debe impregnar cada encuentro entre naciones. Primero fue el abandono del TPP, continuó con su intento de debilitamiento de la OTAN, retiró a EE.UU. del Acuerdo Climático de Paris, enfrió y retrocedió en las relaciones con Cuba, prosiguió con la amenaza de sustituir el NAFTA por un acuerdo bilateral con Canadá, ahora retira a EE.UU. de la Unesco y no certifica el acuerdo con Irán. Una secuencia que define un rumbo claro de las relaciones internacionales y la política ante los organismos multilaterales.

Todos estos eventos, claramente orientados a desarticular los avances logrados por Obama en la promoción de esfuerzos multilaterales, delineando un modelo en el cual la mayor economía del mundo se alejaba gradualmente del nacionalismo irracional e iniciaba un activo proceso de participación en el enfrentamiento de los grandes temas que desafían la paz y la convivencia planetaria. Tal es el caso emblemático del cambio climático y el Acuerdo de París.

Habiendo escrito sobre todas estas “patriotadas” de Trump en artículos anteriores, concentraremos nuestra reflexión en torno a los dos últimos episodios: Irán y UNESCO.

Su último anuncio, en línea con su senda anti-multilateral, ha sido el viernes pasado al firmar la no certificación del pacto nuclear con Irán, lo cual es una verdadera “patada” al tablero internacional y, fundamentalmente, hacia el futuro cada vez más incierto del Cercano Oriente. Si bien el anuncio no supone la ruptura del acuerdo, como lo había anticipado, Trump traslada al Congreso la definición sobre su futuro, siempre que el mismo imponga nuevas limitaciones. Pero desde ya define su estrategia hacia Irán: “un régimen fanático, dictatorial y terrorista, un semillero mundial de destrucción y muerte. Irán nunca tendrá la bomba atómica. Las agresiones no han dejado de incrementarse y es hora de ponerle fin”. Lo más grave de la decisión anunciada el viernes es la forma en que la misma fue adoptada: en forma absolutamente unilateral, sin consultar a sus aliados europeos que fueron objeto de permanente consulta cuando el Pacto fue elaborado y conducido por Obama. Incluso el mismo fue refrendado por Francia, Rusia, China, Inglaterra y Alemania, lo que lo convertía en un modelo para resolver conflictos que involucrasen a Europa en su resolución.

Cuando se selló el Pacto en Viena en el 2015, fue interpretado como un hito del multilateralismo. Un fino trabajo de la diplomacia de Obama que limitaba el programa atómico Iraní a cambio del levantamiento de sanciones económicas. Fue un respiro, un alto en el riesgoso enfrentamiento que ambos países mantuvieron durante décadas. Ponerlo en riesgo es poner en riesgo la apertura de una crisis nuclear, la que se superpondría a la que ya tiene abierta con Corea del Norte.
Su afán por imponer su visión nacionalista, prescindiendo de la opinión de sus aliados, puede destruir un instrumento de alto valor estratégico y ordenador de la política hacia el Cercano Oriente.

Es difícil interpretar cuál es el motivo de esta posición. Puede ser tan mezquino e irracional como la necesidad personal de arrasar con el legado de Obama. Puede ser también dirigido a acrecentar la protección a Israel, argumento que se refuerza con el motivo invocado para justificar la salida conjunta de la UNESCO, la que analizaremos por separado. Puede ser también una estrategia para incluir el acuerdo balístico y la cláusula de extinción. Sería la única explicación racional pero imposible de lograr por la segura negativa que presentarían Rusia y China. 

Más allá de la búsqueda de una explicación en torno a los intereses propios que condujeron a Trump a lesionar un acuerdo modelo, ésta confrontación con Therán pude tener consecuencias irreversibles y fundamentalmente la pérdida definitiva de confianza de los iraníes en Occidente, que otros sabrán ganar.

Es necesario advertir que la retirada de EE.UU. del tratado nuclear con Irán supondría un golpe demoledor a la estabilidad, no sólo en Oriente Próximo, sino en el resto del mundo. La peligrosa deriva aislacionista del presidente de EE.UU. puede salir muy cara.

El otro ataque perpetrado por Trump la semana pasada al multilateralismo se refiere al retiro -junto a Israel- de la Organización de la Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (UNESCO) acusándola de antisraelí. Esta decisión no implica un acto burocrático sino el abandono de un proyecto para reforzar los lazos de la herencia común de la humanidad. La Directora General de la UNESCO, la búlgara Irina Bokova, dijo: “lamento profundamente la decisión de Estados Unidos, es una pérdida para la familia de Naciones Unidas, es una pérdida para el multilateralismo”. Según informaron varias agencias, EE.UU. ya había advertido en julio su desconformidad con la UNESCO por la decisión de éste organismo de declarar el casco histórico de Hebrón, en Cisjordania, como zona protegida del patrimonio mundial.

Esta decisión, como la anteriormente descripta en relación al tratado con Irán, y las que se fueron sucediendo desde la asunción presidencial, constituyen una prueba clara de la peligrosa estrategia de Trump de impulsar, desde la economía más grande del mundo, una política aislacionista, que se enmarca en una concepción más amplia que visualiza una comunidad internacional compuesta por fuertes naciones, Estados que miran primero el propio interés por encima de cualquier otra consideración. Una suerte de aplicación del capitalismo salvaje a las relaciones exteriores y a la interacción de EE.UU. con otras naciones.

Desde 1945, la comunidad internacional ha impulsado un sistema integrador que con sus tristes excepciones, ha dado muy buenos ejemplos de progreso, convergencia y multilateralidad. Tal es el caso de la Unión Europea, entre otros, tan despreciada por Trump. Pretender sustituir éste modelo de diálogo multilateral por la confrontación y los conciliábulos bilaterales, donde la defensa de los intereses del más fuerte prevalezcan, mal llamado patriotismo por Trump, significa un retroceso en la relación entre naciones. Según lo expresado por el propio Trump, en este nuevo sistema cada país podría organizarse según sus diferencias, y su poder económico y militar agregaría yo. En esta nueva concepción las relaciones bilaterales se han ido ordenando entre iguales. EE.UU. restringe cada vez más el diálogo bilateral a Rusia, China, Japón e Israel. Incluso ya ha amenazado con que el NAFTA sería un mejor tratado si se excluye a México, reduciéndolo a un tratado bilateral entre semejantes: EE.UU. y Canadá.

Ingresamos en “el mundo de Trump”, donde la relación entre países se asemeja a las relaciones entre empresas de real estate en la Quinta Avenida de Manhattan: solo negocio con similares y solo defiendo mis propios intereses en la negociación. Los aliados son circunstanciales en cada negociación. No es necesario informarlos si cambia el rumbo de la negociación o simplemente la desconozco. Un mundo muy peligroso donde los asuntos claramente multilaterales como el clima, la pobreza, los Derechos Humanos o la protección del patrimonio cultural de la humanidad dejan de tener relevancia. Lo importante es actualizar mi arsenal nuclear, lo importante es generar miedo.