jueves, 26 de julio de 2012

Brasil: se terminó el Carnaval


Desde que se inició la crisis global cinco años atrás, Brasil se posicionó como una economía emergente de alto potencial de crecimiento y por ende junto a China, Rusia e India constituyeron los motores de la economía global que compensaron la contracción de los países desarrollados y juntas generaron más del 50% del crecimiento del PBI global a partir del 2009. A su vez, Brasil ha sido reconocido mundialmente por su esfuerzo político para disminuir la pobreza y acrecentar en cifras relevantes su clase media y por ende su mercado interno. Durante el mandato de Lula la clase media incorporó 30 millones de habitantes. Esto se debió a un fuerte respaldo financiero a los programas de ayuda social, aumento del salario real y crédito al consumo, respaldados en los beneficios generados por una política fuertemente orientada al respaldo de las exportaciones y la inversión directa externa.

Pero los tiempos han cambiado, desde el inicio del 2012 las preocupaciones sobre el lento ritmo de la actividad económica domina la agenda política del Gobierno brasilero. El crecimiento se ha desacelerado hasta casi detenerse y se espera que el segundo mercado emergente después de China crezca sólo el 1.5% este año. Este frenazo de la economía sorprende tras al crecimiento superior al 5% de los últimos años, incluyendo un salto del 7.5% en el 2010. Gran parte de la industria, a pesar de una serie continua de medidas de estímulo, ha perdido competitividad a nivel mundial. Sólo el consumo interno parece estar sosteniendo el deprimido nivel de actividad, pero incluso en este caso, hay signos de fatiga.
La inflación, eterna maldición, mostró sus dientes y obligó al Banco Central a aumentar las tasas de interés y a ensombrecer aún más la fiesta. La reciente devaluación no ha podido revertir la caída en el nivel de actividad.

¿Cuál ha sido la respuesta a esta desaceleración del crecimiento del Gobierno?: encender la maquinaria estatal, alivio monetario e inyección de estímulo. Como medidas de corto plazo: devaluación, reducción de impuestos sobre productos industriales e incentivos crediticios para la compra de automóviles y otros bienes durables conforman parte de la batería de medidas que las autoridades brasileñas han puesto en marcha para incentivar el consumo y por ende la inversión que cayó 2% en el primer trimestre del 2012, llevando la tasa de inversión al 19% en relación al PBI. Hacia el mediano plazo el Gobierno aceleró su agenda de inversión pública, especialmente aquellos proyectos bajo el Programa de Aceleración de Crecimiento (PAC), que partió en 2007. Con este fin, lanzó “Equipamientos PAC”, que supone adelantar las compras del Gobierno de maquinaria y equipamiento, asociadas parcialmente a proyectos de inversión pública. Las compras totales anunciadas llegan a 4200 millones de dólares. En el anuncio que hizo la Presidenta Rousseff de “Emprendimientos PAC” se resume la estrategia y el posicionamiento del Gobierno ante la desaceleración: “el principal objetivo del Gobierno es impulsar la actividad económica, evitando ceder a aventuras fiscales”. Esto significa recuperar crecimiento e inversión incentivando el mercado interno. Dicho de otra forma, rescatar la dinámica que generó la expansión de la demanda global con la dinámica del consumo nacional y regional. El foco pasa del frente externo al frente interno. Con una excepción: las commodities: el precio de las commodities ha crecido a niveles históricos record. Parte del crecimiento se debe a la sequía en EEUU, parte a la especulación, pero gran parte a que existe un fundamento estructural que sostiene y hace crecer la demanda de alimentos. Es el único “viento de cola” que soplará en los próximos años. La industria está seriamente restringida por su falta de competitividad y por una demanda global que demorará años en recuperarse.

La gran pregunta, no sólo para Brasil, sino para todo el MERCOSUR es cuándo y cómo Brasil regresará a la senda del crecimiento. Parte de la respuesta tiene que ver con la recuperación global, otra gran parte con las restricciones internas que Brasil no superó durante su periodo de gran expansión del producto: infraestructura, innovación y educación a todos los niveles, incluyendo la calificación de mano de obra, que hoy restringe la expansión de varios de los sectores industriales más sofisticados. En un mundo más deprimido y más competitivo -fundamentalmente China e India- esas carencias se convierten en fuertes escollos a la competitividad de las exportaciones brasileras, fundamentalmente las industriales.

La Presidenta Rousseff, una experimentada economista ha expresado públicamente que mantiene la esperanza de una recuperación a fin del 2012, como consecuencia de las medidas ya adoptadas, pero sabe también que el escenario internacional se deteriora progresivamente y que las mismas pueden no ser suficientes para que Brasil reinicie una senda de crecimiento que vuelva a posicionarlo como un líder regional y miembro de los BRICS, responsables aún de que la economía mundial mantenga sangre en sus venas durante lo que resta del 2012 y el 2013. En este contexto circulan crecientes rumores de que Rousseff prepara un paquete de medidas más drásticas que la ya implementadas, que serían anunciadas en agosto. Además de nuevas reducciones de impuestos, fundamentalmente a través de la consolidación de impuestos federales para evitar el doble pago, el paquete incluye un conjunto de proyectos relativos a la gestión de empresas estatales y la inversión público - privada. Se menciona la gestión privada en los congestionados puertos y aeropuertos del país, así como una nueva ronda de concesiones de puertos. Esto tema no sólo despierta el entusiasmo de los inversores sino que ataca uno de los  cuellos de botella más restrictivos para Brasil, porque afecta directamente la competitividad de sus exportaciones.
Poco después de asumir, Rousseff anunció que permitiría al capital privado operar parcialmente tres aeropuertos estratégicos: dos en San Pablo y uno en Brasilia. Las concesiones fueron adjudicadas este año. Por lo tanto, todo hace pensar que sería ahora el turno del aeropuerto de Río de Janeiro, cuya modernización es clave para la Copa Mundial del 2014 y los Juegos Olímpicos del 2016.

La pregunta sigue vigente: ¿Serán suficientes estas medida reactivadoras para que Brasil retome la senda de un crecimiento sustentable y superador de un contexto internacional adverso? Y si lo fuesen, ¿en cuánto tiempo surtirán un efecto relevante, que se refleje en una tasa de crecimiento que se aproxime al 5% que caracterizó los últimos años de la historia económica de Brasil? ¿Podrá Brasil con estos esfuerzos superar el contagio de la crisis europea y el amesetamiento de la economía norteamericana?
La respuesta a estas interrogantes es sin lugar a dudas compleja pero trascendente para el futuro de la región y de nuestro país. Si aconteciese lo contrario estaríamos agregando una nueva nube al contexto internacional que ensombrece el futuro de nuestras economías. También estaríamos dudando si Brasil aprovechó correctamente el formidable viento de cola que generó desde el 2009, la reversión en los términos de intercambio de su comercio exterior. Ante condiciones altamente favorables es necesario pensar en la sustentabilidad económica en el largo plazo y esto implica fundamentalmente pensar en la educación, la innovación y la infraestructura. Esta advertencia, que hoy intenta corregir Brasil, es válida para Uruguay. Las bonanzas externas no son permanentes. Llega un momento en que la realidad cobra las omisiones.