Desde que se inició la crisis global cinco años atrás,
Brasil se posicionó como una economía emergente de alto potencial de
crecimiento y por ende junto a China, Rusia e India constituyeron los motores
de la economía global que compensaron la contracción de los países
desarrollados y juntas generaron más del 50% del crecimiento del PBI global a
partir del 2009. A su vez, Brasil ha sido reconocido mundialmente por su
esfuerzo político para disminuir la pobreza y acrecentar en cifras relevantes
su clase media y por ende su mercado interno. Durante el mandato de Lula la
clase media incorporó 30 millones de habitantes. Esto se debió a un fuerte
respaldo financiero a los programas de ayuda social, aumento del salario real y
crédito al consumo, respaldados en los beneficios generados por una política
fuertemente orientada al respaldo de las exportaciones y la inversión directa
externa.
Pero los tiempos han cambiado, desde el inicio del
2012 las preocupaciones sobre el lento ritmo de la actividad económica domina la
agenda política del Gobierno brasilero. El crecimiento se ha desacelerado hasta
casi detenerse y se espera que el segundo mercado emergente después de China
crezca sólo el 1.5% este año. Este frenazo de la economía sorprende tras al
crecimiento superior al 5% de los últimos años, incluyendo un salto del 7.5% en
el 2010. Gran parte de la industria, a pesar de una serie continua de medidas
de estímulo, ha perdido competitividad a nivel mundial. Sólo el consumo interno
parece estar sosteniendo el deprimido nivel de actividad, pero incluso en este
caso, hay signos de fatiga.
La inflación, eterna maldición, mostró sus dientes y
obligó al Banco Central a aumentar las tasas de interés y a ensombrecer aún más
la fiesta. La reciente devaluación no ha podido revertir la caída en el nivel
de actividad.
¿Cuál ha sido la respuesta a esta desaceleración del
crecimiento del Gobierno?: encender la maquinaria estatal, alivio monetario e inyección
de estímulo. Como medidas de corto plazo: devaluación, reducción de impuestos
sobre productos industriales e incentivos crediticios para la compra de
automóviles y otros bienes durables conforman parte de la batería de medidas
que las autoridades brasileñas han puesto en marcha para incentivar el consumo
y por ende la inversión que cayó 2% en el primer trimestre del 2012, llevando
la tasa de inversión al 19% en relación al PBI. Hacia el mediano plazo el
Gobierno aceleró su agenda de inversión pública, especialmente aquellos
proyectos bajo el Programa de Aceleración de Crecimiento (PAC), que partió en
2007. Con este fin, lanzó “Equipamientos PAC”, que supone adelantar las compras
del Gobierno de maquinaria y equipamiento, asociadas parcialmente a proyectos
de inversión pública. Las compras totales anunciadas llegan a 4200 millones de dólares.
En el anuncio que hizo la Presidenta Rousseff de “Emprendimientos PAC” se
resume la estrategia y el posicionamiento del Gobierno ante la desaceleración:
“el principal objetivo del Gobierno es impulsar la actividad económica,
evitando ceder a aventuras fiscales”. Esto significa recuperar crecimiento e inversión
incentivando el mercado interno. Dicho de otra forma, rescatar la dinámica que
generó la expansión de la demanda global con la dinámica del consumo nacional y
regional. El foco pasa del frente externo al frente interno. Con una excepción:
las commodities: el precio de las commodities ha crecido a niveles históricos
record. Parte del crecimiento se debe a la sequía en EEUU, parte a la
especulación, pero gran parte a que existe un fundamento estructural que
sostiene y hace crecer la demanda de alimentos. Es el único “viento de cola”
que soplará en los próximos años. La industria está seriamente restringida por
su falta de competitividad y por una demanda global que demorará años en
recuperarse.
La gran pregunta, no sólo para Brasil, sino para todo
el MERCOSUR es cuándo y cómo Brasil regresará a la senda del crecimiento. Parte
de la respuesta tiene que ver con la recuperación global, otra gran parte con
las restricciones internas que Brasil no superó durante su periodo de gran expansión
del producto: infraestructura, innovación y educación a todos los niveles,
incluyendo la calificación de mano de obra, que hoy restringe la expansión de
varios de los sectores industriales más sofisticados. En un mundo más deprimido
y más competitivo -fundamentalmente China e India- esas carencias se convierten
en fuertes escollos a la competitividad de las exportaciones brasileras,
fundamentalmente las industriales.
La Presidenta Rousseff, una experimentada economista ha
expresado públicamente que mantiene la esperanza de una recuperación a fin del
2012, como consecuencia de las medidas ya adoptadas, pero sabe también que el
escenario internacional se deteriora progresivamente y que las mismas pueden no
ser suficientes para que Brasil reinicie una senda de crecimiento que vuelva a
posicionarlo como un líder regional y miembro de los BRICS, responsables aún de
que la economía mundial mantenga sangre en sus venas durante lo que resta del
2012 y el 2013. En este contexto circulan crecientes rumores de que Rousseff
prepara un paquete de medidas más drásticas que la ya implementadas, que serían
anunciadas en agosto. Además de nuevas reducciones de impuestos,
fundamentalmente a través de la consolidación de impuestos federales para
evitar el doble pago, el paquete incluye un conjunto de proyectos relativos a
la gestión de empresas estatales y la inversión público - privada. Se menciona
la gestión privada en los congestionados puertos y aeropuertos del país, así
como una nueva ronda de concesiones de puertos. Esto tema no sólo despierta el
entusiasmo de los inversores sino que ataca uno de los cuellos de botella más restrictivos para
Brasil, porque afecta directamente la competitividad de sus exportaciones.
Poco después de asumir, Rousseff anunció que permitiría
al capital privado operar parcialmente tres aeropuertos estratégicos: dos en
San Pablo y uno en Brasilia. Las concesiones fueron adjudicadas este año. Por
lo tanto, todo hace pensar que sería ahora el turno del aeropuerto de Río de
Janeiro, cuya modernización es clave para la Copa Mundial del 2014 y los Juegos
Olímpicos del 2016.
La pregunta sigue vigente: ¿Serán suficientes estas
medida reactivadoras para que Brasil retome la senda de un crecimiento
sustentable y superador de un contexto internacional adverso? Y si lo fuesen, ¿en
cuánto tiempo surtirán un efecto relevante, que se refleje en una tasa de
crecimiento que se aproxime al 5% que caracterizó los últimos años de la historia
económica de Brasil? ¿Podrá Brasil con estos esfuerzos superar el contagio de
la crisis europea y el amesetamiento de la economía norteamericana?
La respuesta a estas interrogantes es sin lugar a
dudas compleja pero trascendente para el futuro de la región y de nuestro país.
Si aconteciese lo contrario estaríamos agregando una nueva nube al contexto
internacional que ensombrece el futuro de nuestras economías. También estaríamos
dudando si Brasil aprovechó correctamente el formidable viento de cola que generó
desde el 2009, la reversión en los términos de intercambio de su comercio
exterior. Ante condiciones altamente favorables es necesario pensar en la
sustentabilidad económica en el largo plazo y esto implica fundamentalmente
pensar en la educación, la innovación y la infraestructura. Esta advertencia,
que hoy intenta corregir Brasil, es válida para Uruguay. Las bonanzas externas
no son permanentes. Llega un momento en que la realidad cobra las omisiones.