lunes, 7 de mayo de 2012

Mientras la austeridad fiscal estrangula a Europa, la victoria de Hollande reincorpora el crecimiento en la agenda comunitaria

El castigo impartido a las recetas de austeridad en las elecciones de Francia y Grecia vaticina un nuevo ciclo político en Europa y asegura que la palabra CRECIMIENTO retomará su lugar en las cumbres comunitarias. La victoria del candidato socialista le puso un freno al castigo prusiano impuesto por Merkozy al “despilfarro mediterráneo”: recortes presupuestarios sin sensibilidad social, límites extenuantes al gasto y al déficit fiscal, flexibilización laboral y hasta reducción de jubilaciones y pensiones. En la lógica económica-religiosa alemana, largamente compartida por Sarkozy, los miembros comunitarios del Sur - y algún sajón descarrilado- merecían una dosis de sufrimiento igual al nivel de “derroche” e irresponsabilidad fiscal que caracterizó su accionar económico y político durante este último quinquenio. ¿Fue necesaria tanta desconfianza, desempleo, angustia y hasta suicidios para que la periferia europea entendiese que debía iniciar una política de ajustes y austeridad fiscal? ¿Era ésta una salida viable de la aguda crisis de deuda soberana que azota a Europa desde hace más de tres años? Como lo hemos repetido en varios artículos anteriores y como lo juzgó el electorado francés el domingo: NO. Sarkozy se sometió a la lógica alemana y perdió. Fue derrotado en una Francia que se debate entre por un lado el Estado más caro del continente - el Estado del bienestar por excelencia, que cuesta el 56% del PBI - y por otro lado la pérdida de su triple A, una deuda pública record que alcanza el 89% del PIB, 10% de desempleo, un déficit superior al 5% y un crecimiento menor al 1%. A su vez, esta Francia cara y amenazada seriamente por la crisis del espacio económico que comparte, es la Francia que hereda Hollande. Pero también hereda una Francia que a pesar de su histórico temor a la pérdida de identidad, a la creciente migración y a la disolución de las fronteras, es cada día más conciente de que su destino está atado a la suerte de Europa, y fundamentalmente al conjunto de países con los cuales comparte su moneda: el Euro. Por eso el domingo, a diecisiete años de la victoria socialista de Mitterrand, dijeron basta al estancamiento conservador y al creciente liderazgo de Merkel sobre el eje franco-alemán, decidiendo que la segunda economía de Europa necesitaba cambiar su posición y su mensaje, no sólo hacia su propio país, sino hacia toda Europa.

El domingo, los franceses fueron concientes de que no querían para sí el estrangulamiento al que están sometidas otras economías vecinas. No era difícil ver que la recesión se derrama sobre media Europa. Con España exhibiendo al fin de marzo dos trimestres sucesivos de crecimiento negativo, suman diez las economías de la Zona Euro que han ingresado en la faz de recesión. También al fin de la semana se anunciaron los niveles de desempleo en la UE, los cuales alcanzaron valores record desde que se inició el proceso de integración -10.2% promedio- y en algunos países como España similares a los prevalecientes en la Gran Depresión - 24.5% -.
Ahora bien, analicemos prematuramente qué significará el cruce de Hollande por las puertas del Elíseo: indudablemente un cambio de rumbo en lo político, económico, financiero, comercial y hasta cultural. Pero fundamentalmente un cambio de rumbo para Francia y Europa en la definición de una estrategia exitosa de salida de la interminable crisis financiera y fiscal. Lo desafiante ahora significa la caracterización de ese cambio.

En primer lugar, las amenazas de Hollande durante su campaña en cuanto a la revisión del Pacto de Estabilidad Financiera si no se vincula a un Pacto de CRECIMIENTO ya habían tenido eco en Bruselas. Balbuceos previos en torno a políticas de CRECIMIENTO esbozados por el Vicepresidente de la Comisión Europea, Olli Rehn, aseguran que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento no es “una  ficción demagógica” sino que establece que el continente ha hecho grandes esfuerzos para contener la crisis financiera pero ahora necesita también esfuerzos colectivos para impulsar el CRECIMIENTO, además de medidas que permitan suavizar las rigideces fiscales en los países con mayores problemas, muy poco utilizadas hasta ahora por dogmatismos ideológicos, presiones alemanas y la incomparecencia de Francia. Pero Francia ha regresado y ha regresado para fortalecer el Pacto de Estabilidad y CRECIMIENTO, que tal como lo expresa Rehn, no reniega del tratado que consagra la austeridad sino que lo complementa con dos grandes paquetes de medidas. Por un lado, un plan de inversiones para estimular el crecimiento que recoge las ideas propuestas por Hollande, y por otro, sugiere más suavidad en la aplicación de las políticas de austeridad y equilibrio fiscal: más tiempo para alcanzar la meta de déficit impuesta en el Pacto de Austeridad y un cambio en la política de ingresos y ahorros fiscales, exigiendo más impuestos a los contribuyentes de mayores ingresos, menos recortes presupuestarios y, fundamentalmente, preservando las áreas socialmente más sensibles. Un ajuste de 90 mil millones de Euros entre 2012 y 2017, con 50 mil millones de subida de impuestos y 40 mil millones de ahorro presupuestario (contra los 75 mil millones que proponía Sarkozy).

Merkel y el Presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, ya habían descontado de alguna forma la victoria de Hollande. Ya se habían puesto a pensar la semana pasada en el pacto por el crecimiento promovido por el nuevo Presidente francés en su campaña, dejando a Sarkozy fuera del juego. Pero lo han concebido, a su modo prusiano, como un anexo o apéndice al Tratado Fiscal, el cual los alemanes y Bruselas plantean que no se toca porque ya está en proceso de ratificación por los parlamentos de los países signatarios. También la Canciller alemana se ha mostrado favorable a reforzar la capacidad del Banco Europeo de Inversión y utilizar los fondos estructurales de la UE para apoyar las reformas conducentes al crecimiento. Son dos de las cinco medidas que Hollande enviará a Bruselas el 7 de mayo. Las otras son los eurobonos - “tremenda herejía” para Bruselas - reabrir la discusión sobre el papel del BCE, reforzar los fondos del FTSE y evaluar la aplicación de la tasa a las transacciones financieras.
En política interna se ha mostrado afín a dar más fluidez al mercado laboral y a mejorar la eficiencia del Estado

Pero finalmente, Hollande sabe bien - y los ejemplos proporcionados por España e Italia se lo han confirmado- que Francia no podrá crecer si la UE no da un giro hacia el Keynesianismo, financiar nuevas estructuras y hacer la transición hacia la energía verde. Berlín prefiere las reformas estructurales para sentar las bases de un crecimiento a muy largo plazo. Entre estas dos posiciones se centrará el debate en el eje franco-alemán en las próximas semanas. Sus conclusiones determinarán las características de la “estrategia de salida” de la crisis europea en los próximos meses.