En
su previsión semestral, el Fondo Monetario Internacional acaba de revisar hacia
la baja sus estimaciones de crecimiento de la economía mundial. Tras expandirse
en el 2011 a un ritmo de 4% y de 3.1% en 2012, el organismo proyecta una tasa
de 3.1% en 2013, dos décimas menos que su estimación anterior. La proyección
del Banco Mundial es aún más baja, del 2.2% este año para alcanzar 3% recién en
2014. Ambas muy lejos del 4.8% de media registrado durante los años previos a
la crisis, lo que cuantifica todo el camino que debe recorrer la economía
global para retornar a los niveles de expansión previos a la crisis económica y
financiera mundial.
Un
factor nuevo que se suma al pobre desempeño de los países desarrollados es el
freno que afecta a las economías emergentes, fundamentalmente a China, India,
Brasil, Rusia y Sudáfrica: el Fondo Monetario proyecta para este año un
crecimiento promedio del 5%, tres décimas menos que su anterior pronóstico. A
entender del Banco Mundial estas estimaciones son optimistas: estiman un
crecimiento del 4.5% en el 2013.
Dentro
de la contracción en el crecimiento de las economías emergentes, que explicaron
el 50% de la expansión del producto mundial en 2012, los más comprometidos son
China y América Latina.
En
el caso de China el Gobierno proyecta un 7.5% de crecimiento para este
año, lejos de las tasas cercanas a 10% que caracterizaron el pasado reciente.
Las razones que explican la desaceleración de la economía china son diferentes a
las del resto de las economías emergentes. El desempeño del sector industrial
chino muestra rasgos de una persistente anemia y en junio por primera vez
cayeron las exportaciones. En este contexto, el nuevo liderazgo chino esta
tratando de manejar una de las más difíciles maniobras económicas: aterrizar
suavemente una economía que volaba a tasas del 10% sin mayores dificultades en
su hoja de ruta. Con la caída de la demanda en los países desarrollados el impacto
se hizo sentir en las exportaciones chinas. En junio pasado cayeron las
exportaciones y las importaciones, por primera vez desde que se inició el
proceso de dinamización de la economía china. A su vez, en este primer semestre
se redujeron las inversiones y la tasa de crecimiento del sector manufacturero.
Como en cualquier economía, si caen las exportaciones y las inversiones sólo
queda un motor al cual recurrir para mantener el crecimiento: el mercado
interno. Y hacia ese “motor” es justamente hacia donde apunta la nueva
estrategia del Presidente Xi Jinping.
Obviamente
que esta nueva dinámica implica transitar de una economía traccionada por las
exportaciones a una economía traccionada por el mercado interno asumiendo una
tasa de crecimiento algo menor. Crecer al 7.5% no es una consecuencia
inesperada, es una tasa previamente establecida en el marco de un cuidadoso
proceso de planificación, dado el nuevo contexto internacional y algunos
problemas estructurales que viene presentando la economía china, como ser la
riesgosa inyección de liquidez para mantener la tasa de inversión,
fundamentalmente con obra publica y con abundante crédito para vivienda. El
control de esa expansión de liquidez hace más complejo el manejo de una
política de compensación de la caída de las exportaciones e inversiones con una
reactivación del mercado interno, ya que limita el crédito e incrementa la tasa
de interés que subió a dos dígitos el pasado mes de junio.
Lo destacable
del proceso de planificación chino es que a pesar de las estimaciones más
optimistas (FMI: 7.8%) o más pesimistas (WB: 7.3%), el segundo semestre cerró
con una expansión del producto de exactamente 7.5%, tal cual lo anunciado por
el Gobierno, el cual ha optado concientemente por una tasa de crecimiento menor
y más sostenible. “No debemos juzgar a un país simplemente por el crecimiento
de su producto bruto”, dijo Xi en una reunión la semana pasada. Esto, si bien
es válido para China, es preocupante para el resto del mundo. Primero porque
para los próximos años, si la demanda externa no se recupera y continúan los
desequilibrios internos, el Gobierno de Xi puede plantearse como meta tasas de
crecimiento aún menores y, segundo y fundamentalmente, porque el desempeño de
muchas economías emergentes y países de América Latina y África están ligados a
la demanda china, en especial de commodities.
Es
muy probable que dentro de las commodities
los alimentos sufran menos la desaceleración china, ya que como se mencionó, la
estrategia de aterrizaje implica reactivar el mercado interno. Si la inversión
y la actividad manufacturera caen, la demanda por minerales se verá afectada.
En
relación a Brasil y al resto de los países de América Latina, se verán
afectados en su tasa de crecimiento, en mayor o menor medida, de acuerdo al
grado de dependencia de sus economías del sector externo, agravándose en
aquellas economías cuyas exportaciones son materias primas sin mayor valor
agregado. En el caso de Brasil, la situación se haría más compleja de
profundizarse la turbulencia política en un año electoral. Las proyecciones del
crecimiento para Brasil están en el entorno del 2% para 2013.
Con
Europa en profundo estancamiento, luchando por lograr tasas apenas positivas en
2013 y 2014, con EEUU consolidando una suave reactivación, aún apuntalada por
una tasa cero de interés y el reciente anuncio de Ben Bernanke que continuará
la inyección de liquidez a través de la compra de bonos por parte de la FED, es
posible deducir que los países desarrollados seguirán con muy baja influencia sobre
la tasa de crecimiento global y, por ende, muy limitada incidencia en la
reactivación del mercado mundial.
Es
esperable entonces un 2013, y posiblemente gran parte del 2014, con una
economía mundial con bajo crecimiento y un mercado global anémico. Si bien esta
situación era ya conocida para los países desarrollados, es nueva para las
economías emergentes que venían respaldando con sus altas tasas de crecimiento
la tasa global promedio.
Por varios años el mundo crecerá a tasas menores, lo que implica que la absorción de los millones de desempleados que ha generado la crisis requiera de una firme política social y no sólo económica, que el mundo deberá encarar más allá de los empleos efectivos que produzca la recuperación. Se mantiene así un fuerte desequilibrio entre, por un lado, la pobreza y el desempleo y, por otro, la debilidad de la recuperación económica mundial. También ocurre que las bajas tasas de crecimiento afectan algo menos las urgencias medioambientales que sufre nuestro planeta, algo sin embargo que podría procurarse de otros modos y no con el enorme costo social provocado por la crisis contemporánea.