miércoles, 23 de junio de 2010

La herencia de la crisis: profundas transformaciones en el capitalismo global.

La explosión de la burbuja de endeudamiento soberano en Europa y la debilidad de los bancos alemanes y franceses por sus altos niveles de exposición, así como la persistencia de altas tasas de desempleo y pérdida de confianza del consumidor en USA, han reanimado la polémica en torno a los plazos y la naturaleza de la salida de la crisis económica mundial. ¿Estamos simplemente ante una postergación de los pronósticos optimistas del FMI y la OCDE en cuanto al inicio de la recuperación? ¿o nos acercamos a la verificación de la predicción de Nouriel Roubini de que la recuperación tiene formato “W”? ¿o sentimos el vértigo de la “Caída Libre” de las economías centrales que analiza Joseph Stiglitz en su reciente libro del mismo nombre?, ¿o más apocalípticamente asistimos al inicio de la declinación final del capitalismo tardío que se aventura a avizorar Santiago Becerra en su best seller “El crash del 2010”?. No lo sabemos, ni nadie hoy puede asegurarlo con absoluta certeza. Sin embargo, podemos afirmar que existen evidencias estructurales que nos permiten intuir que la crisis del 2007, aún no resuelta, reformulará profundamente el sistema capitalista global y el actual orden económico internacional. Veamos.

Para iniciar esta reflexión es necesario hacernos una primera pregunta que tiene una respuesta muy compleja, pero que trataremos de simplificarla concentrándonos en lo esencial: ¿cómo funcionaba el motor económico global hasta 2007? En la precrisis, este motor era movilizado por un único y potente “impulsor”: el insaciable apetito del consumidor estadounidense y la belicosidad del Gobierno encabezado por Jorge W. Bush. Juntos generaban una potente demanda global que se respaldaba, en el caso de los hogares estadounidenses, en su creciente riqueza como consecuencia del incremento sostenido del precio de las viviendas y las acciones, y en el caso del gasto militar, en el sostenido crecimiento del déficit público. La expansión del consumo privado la proporcionaba el crédito bancario a baja tasa. A su vez, los bancos se fondeaban en el mercado de capitales en base a la generación de sofisticados productos financieros, que a su vez tenían como núcleo las hipotecas que ellos mismos generaban al conceder los prestamos. En el caso del gasto público, el déficit era financiado por la emisión de Bonos del Tesoro que eran adquiridos por Bancos Centrales, (fundamentalmente el Chino) fondos soberanos e inversores privados, todos ellos en busca de activos de reserva y protección. La Fed, a su vez, generaba el circulante emitiendo los dólares necesarios para lubricar todo un sistema que funcionaba a altas revoluciones impulsado por exacerbados valores de hiperconsumo y codicia. A principios del 2008 el “motor” global se recalentó y colapsó, iniciándose la debacle por “el desinfle” de la burbuja de las hipotecas subprime, seguido por el derrumbe del precio de las viviendas y de las acciones. Para dar apenas algún ejemplo de este consumismo desatado, en España la gente cambia (o cambiaba) de celular cada 2.5 meses y en EEUU de auto cada 2.5 años. Esto además de absurdo es financiera y ambientalmente insostenible.
Al estallar la crisis en 2007, todo este perverso mecanismo de inducción de hiperconsumo “explotó” y ésta explosión ha generado cambios profundos en la economía mundial. En primer lugar, desde su inicio la crisis en EE.UU. ha destruido aproximadamente 14 billones de riqueza, cifra similar al Producto anual de ese país, y se han destruido más de 7 millones de puestos de trabajo. Esa riqueza no se regenerará porque era ficticia, fue estructurada en base a sofisticados artilugios financieros y “desapareció”. En consecuencia el consumo de los hogares estadounidenses -que explican 70% del Producto- descendió varios escalones y hoy constituye el punto de partida de la recuperación económica. Lo mismo sucede en Europa, la repentina riqueza fue remplazada por una enorme deuda que en muchos de los países de la CEE duplica y hasta triplica el PBI. Más grave aún que EE.UU., en el viejo continente el desempleo oscila entre el 10 y el 20% y tenderá a crecer en el próximo quinquenio como consecuencia de los “brutales” pero inevitables planes de ajuste cuya implementación, en diferente grado, han iniciado los países de la CEE.
En segundo lugar, se ha generado un profundo cambio cultural en el consumidor estadounidense y europeo. Los niveles de consumo se habían exacerbado de tal forma que en 2007 el endeudamiento de los hogares norteamericanos significaba un 120% del PBI estadounidense. La destrucción de riqueza y la pérdida de empleos han generado un cambio sensible y duradero en la relación ahorro-consumo. Pienso que este cambio perdurará por muchos años. De acuerdo a Wesley Hutchinson, profesor de Marketing de Wharton, “en los próximos años el consumidor aprenderá a comportarse de manera más frugal y no abandonará esa actitud en el corto plazo aunque se estabilice la economía”. En consecuencia, presenciaremos por un tiempo un capitalismo austero y por lo tanto económicamente deprimido. Las bajas tasas de crecimiento y las altas tasas de desempleo que se han instalado en EE.UU. y Europa permanecerán por un largo periodo de tiempo. Además, las empresas han dado respuesta a la contracción de la demanda global con profundos planes de reestructura, anclados en la reducción del personal. En consecuencia, el alto nivel de desempleo se ha transformado en un problema estructural y, por lo tanto, hemos ingresado en un mundo liderado por un sistema capitalista central con alto grado de rigidez en la generación de nuevos empleos.
En tercer lugar, independientemente de la aprobación de la reforma financiera de Obama, no volveremos jamás a un proceso de adquisición de riesgo con los niveles de irresponsabilidad que caracterizaron los primeros años de este siglo. Por lo tanto, no existirá por muchos años un otorgamiento de crédito relevante por parte del sector financiero a favor de los individuos (mercado hipotecario y crédito al consumo) ni a favor de las pequeñas y medianas empresas, que estimule en forma importante la demanda global. En otras palabras, la “recuperación” no tiene aún un correlato claro en la economía real y productiva.
Frente a este panorama en las economías centrales, las economías emergentes de Asia y América Latina, fundamentalmente los BRICS, pero también economías más pequeñas como Perú, Uruguay y Malasia, entre otras, están asistiendo a un fenómeno de signo contrario. Sustentadas por el precio alcanzado por las materias primas, la mayoría de estas economías han instrumentado políticas anticíclicas orientadas a estimular el consumo interno dentro de niveles de endeudamiento y déficit fiscal razonables, en el marco de la exitosa política de acumulación de reservas. China, con un plan de incentivos de 750.000 millones de dólares correctamente administrado, y efectivamente trasladado a apoyar el consumo y las pequeñas empresas, se ha transformado en el motor de la economía global: su Producto crece al 9% y sus exportaciones crecieron un 50%. Tiembla China y se desmoronan las bolsas, como ha sucedido esta semana con las reacciones ante la reevaluación del Yuan (gradual y administrada). Una recuperación débil y sinuosa en los países centrales y un crecimiento vigoroso en gran parte de Asia y América Latina: según CEPAL, crecimiento del 4% a 4.5% para AL en 2010. La mejora económica será encabezada por Brasil con tasas cercanas al 7% seguido de Uruguay y Perú que se aproximarán al 6%. Esta dicotomía se inscribe en el marco de un nuevo orden económico internacional centrado en un poderoso eje: China – EE.UU. La evolución de este eje en lo político, comercial y monetario irá graduando la evolución de la economía mundial por muchos años y en consecuencia el ritmo y el plazo de la recuperación.