martes, 17 de mayo de 2011

Crecimiento anémico en los países desarrollados y expansión sostenida en las economías emergentes

De acuerdo a las últimas estimaciones del FMI y a un reciente estudio del BBVA, el crecimiento de la economía mundial durante el 2011 se ubicará entre el 4 y el 4.4% del PBI global, con la particularidad que las tres cuartas partes de este crecimiento serán aportadas por las economías emergentes. La crisis financiera, a cuatro años de su explosión, comienza a desbaratar viejos paradigmas y restablecer nuevos equilibrios.

Analicemos primero qué sucede en la principal economía mundial: EE.UU. Las expectativas sobre la recuperación de la economía fueron favorables durante el primer trimestre del año; como resultado el comportamiento de la mayoría de las bolsas del mundo exhibió una clara tendencia ascendente. Sin embargo, los fundamentos económicos no respaldaban esas expectativas. Al fin del trimestre un conjunto de anuncios se volcaron en cascada sobre Wall Street opacando el optimismo de los inversores. Entre ellos se conoció que la economía norteamericana creció sólo un 1.8% en el primer trimestre de este año, frente al 3.1% en el cuarto trimestre del 2010. En claro alineamiento con esta contracción de la actividad económica, en abril el empleo creció un 14% menos que en marzo y la tasa de desempleo creció 0.2%, regresando al 9%.

Hay muchas razones para explicar esta desaceleración de la economía norteamericana, pero el progresivo retiro de los estímulos fiscales junto al aumento del precio del petróleo son, a nuestro juicio, las causas más relevantes. No existen elementos objetivos que indiquen que la desaceleración enero - marzo, que se profundizó en abril, esté en condiciones de revertirse. Más bien, las evidencias de que disponemos en relación al nivel de actividad en EE.UU. nos indican que la expansión de la economía estadounidense ha ingresado en una faz de expansión muy débil, al menos en lo que resta del año. Existen razones objetivas para sustentar este presagio.

En primer lugar, el espacio para nuevas políticas anticíclicas se ha reducido sustancialmente. La capacidad del Gobierno de inyectar dólares y generar liquidez para sustentar el nivel de actividad ha alcanzado un evidente grado de agotamiento. El 1 de julio concluye la “flexibilización cuantitativa II”, que permitió a la Reserva Federal inyectar 600.000 millones adicionales. Según lo explicitó Ben Bernanke, esta será la última compra masiva de bonos del tesoro norteamericano, que ha llevado el nivel de endeudamiento de la economía del 60% del Producto antes de la crisis, al 90% actual. Es evidente que la FED ha ingresado de lleno en la implementación de la “estrategia de salida” de la crisis, la cual era sabido que contemplaba un freno drástico a la política de expansión monetaria. Ahora surgen los costos asociados a esta faz de la estrategia: sin estímulos disponibles se frena la recuperación; los fundamentos aún no han madurado para mantener un nivel de actividad vigoroso sin respaldo fiscal y monetario. Adicionalmente, antes del 2 de agosto el Congreso deberá votar la ampliación del techo de la deuda pública que ya llega al límite legalmente autorizado de 14.3 billones de dólares. La oposición dificulta el acuerdo cuando las necesidades de financiamiento fiscal se acercan a 750.000 millones. Es posible que el acuerdo entre demócratas y republicanos para incrementar el techo legalmente permitido de endeudamiento soberano, se logre a partir de un compromiso del Gobierno de Obama de reducir drásticamente el gasto público, lo que acentuará la debilidad de la recuperación. No llegar a un acuerdo antes del 2 de agosto implicaría el default norteamericano, un hecho de una gravedad inusitada y con consecuencias inimaginables. Por esta misma razón el acuerdo llegará, pero llegará teñido de fuertes restricciones presupuestarias y de límites definitivos a la política de mayor endeudamiento; ambos factores que atentan contra la actividad económica. La política de expansión monetaria no sólo ha encontrado un límite en el ámbito de la política económica sino en la propia realidad: las necesidades presupuestarias, el déficit fiscal y el nivel de endeudamiento de la economía norteamericana no permitirán continuar con los sucesivos programas de estímulo económico con que se ha venido apuntalando la recuperación económica.
La respuesta “Benbernankiana” a la crisis llegó a su fin. Lo que no estaba previsto es que luego de más de 4 años de inyecciones de liquidez indiscriminadas, en volúmenes nunca imaginados, la economía real no exhibiese claros signos de una recuperación sustentable.

En Europa prevalecerá durante todo el año la incertidumbre y las tensiones financieras asociadas a la crisis en la Europa periférica. La reestructuración de la deuda griega se hace cada día más difícil desde el punto de vista financiero y desde el punto de vista político. No podría ser de otra forma un país en recesión, el PBI cayó el 4.5%, y su deuda pública llega al 145% del Producto. El rescate a Portugal insumirá 110.000 millones de euros, sin que el acuerdo haya producido ningún entusiasmo en la alicaída economía lusitana. La situación en Irlanda se ha convertido en financieramente inviable, con su extravagante déficit del 32% del PBI. La recesión en Grecia, Irlanda y Portugal no mueve los números de la economía mundial pero pone en alerta a los inversores sobre la situación en otras economías que sí impactan a nivel global, como la de España, donde ni siquiera se verificará el crecimiento de 0.2% del último trimestre del año pasado. Si bien los datos de abril fueron mejores en materia de empleo, en el primer trimestre los datos de destrucción de puestos de trabajo fue más intensa que en el 2010 y concentrada en la industria y en el sector servicios. No hay que olvidar que Reino Unido cerró 2010 con un 11.4% de déficit sobre el PBI y que en abril sufrió una evolución desfavorable de los índices de actividad. Con la excepción de Alemania y de Francia en menor medida, en Europa el común denominador es un bajo nivel de crecimiento que no es suficiente para mejorar los elevados niveles de desempleo que generó la crisis.

En Japón la situación fiscal es preocupante ya que deberá emprender la reconstrucción partiendo de una deuda de 200% del PBI, el mayor nivel en comparación con cualquier economía desarrollada del mundo. La OCDE ha reducido drásticamente las proyecciones de crecimiento de Japón a un 0.8%.

El mundo desarrollado enfrenta un 2011 opaco. Su recuperación económica continúa trabada por la “resaca” de la crisis que ingresa en su quinto año de presencia mundial. Adicionalmente, la “primavera árabe” ha implicado, al menos en el corto plazo, un aumento del precio del petróleo, lo que contribuye a enlentecer la actividad económica.

Frente a esta situación en el mundo desarrollado, las economías emergentes; fundamentalmente China, India y Brasil, crecerán este año, en promedio, el 8%. Los últimos datos de comercio internacional divulgados por China alejan el temor a un enfriamiento brusco de su economía. La encrucijada en los países emergentes es otra: los diferentes gobiernos de debaten entre políticas conducentes a controlar la inflación o evitar la reevaluación de la moneda. Los altos precios de los alimentos y del petróleo presionan los precios internos al alza. El alto flujo de capitales hacia las economías emergentes, huyendo de las incertidumbres financieras prevalecientes en los países desarrollados, presionan sobre las tasas de cambio revaluando las monedas locales, fundamentalmente frente al dólar, pero también ante el euro y el yen.