La
inminente resolución de la crisis griega deja algunas lecciones en cuanto a las
responsabilidades que surgen de las carencias institucionales de la Zona Euro,
hábilmente aprovechadas por Alemania para ejercer un liderazgo autoritario que
como muchos creían y deseaban, humilló a Grecia pero hizo prevalecer una
posición europeístas y privilegió el Euro y a Europa a la
"ejemplarizante" mutilación que podría haber significado la
expulsión, aunque temporaria, de Grecia del avanzado mecanismo de integración.
Dura, cruel en muchos aspectos, es una solución más razonable para reiniciar la
recuperación económica de Europa.
Con la apertura de los bancos griegos este lunes, manteniendo
aún severas restricciones sobre extracciones y transferencias, se inicia una
nueva etapa en esta larga y tensa agonía que ha atravesado el gobierno y el
pueblo griego. Con una deuda de 83 mil millones de dólares (equivalente al 200%
del PBI, un período de gracia de 10 años y una estimación de más de 40 años
para su repago) Grecia inicia un camino que, según señala el FMI en un informe
que permaneció secreto en la reunión del Eurogrupo y en la cumbre de líderes de
la Zona Euro, es de imposible cumplimento a pesar del duro paquete de reformas
fiscales y privatizaciones exigidos por los países de la Zona Euro,
explícitamente liderados por Alemania. La negociación, que parecía que se
encaminaba a un inevitable "Greyexit" (salida de Grecia de la Zona
Euro) como medida ejemplarizante y "anticontagio", se acerca a un
final incierto, con Grecia contenida en la Eurozona y obligada a una casi
humillante exigencia de aprobar por ley el conjunto de reformas impuesto por la
Troika para aceptar la renegociación de la deuda y evitar el eminente default y
su permanencia en la Zona Euro. Aprobadas las reformas por el Parlamento griego,
por el Parlamento alemán y el francés, resta aún que la advertencia del FMI sea
tomada en consideración y que la voz del Presidente francés sea tomada en
cuenta para que se aplique una quita sobre la deuda y/o que se estructure una
refinanciación que alivie las exigencias anuales de dedicar una pesada
proporción del gasto público al servicio de la deuda y poder alcanzar con menos
sacrificio y mayor realismo la dura exigencia de un superávit primario del 1%.
A pesar de la advertencia del FMI y de las recientes declaraciones de Hollande,
es difícil que Alemania ceda a esta evidente realidad. Merkel ha tensado al
máximo sus relaciones políticas dentro de su partido y con sus partidos
aliados. Incluso dentro de su gabinete, y en particular con su ministro de
Finanzas quien se opuso públicamente al acuerdo y alentó hasta último momento
una salida temporaria de Grecia de la Zona Euro. Veremos en el transcurso de
estos días si el monto y las condiciones de la deuda permanecen incambiados o
si aún existen unos gramos adicionales de sensibilidad y el castigo al hermano
descarriado se atenúa para reducir su sufrimiento.
Este breve relato de una densa negociación, que
parecería que se acerca a su fin, nos permite extraer algunas conclusiones
relativas no sólo al Euro, sino a Europa en su conjunto e incluso a la economía
y geopolítica global.
En primer lugar, existe un problema estructural en la
arquitectura institucional de la Zona Euro. Es muy difícil que conviva una
moneda única, un único Banco Central con 18 Ministerios de Finanzas y por ende
con 18 presupuestos. Lograr una armonización fiscal y monetaria en estas
condiciones constituye un proceso de alta complejidad que, en muchos casos, se
convierte en un acto voluntario de cada país de cumplir con las metas fiscales
que exige el Banco Central Europeo para respaldar la fortaleza y el valor de
paridad de la moneda única. En tiempos de crisis y recesión, como los que
atraviesa Europa desde 2008, el cumplimiento de las metas fiscales dictadas por
BCE se torna muy difícil para los países con economías más débiles y por ende
más afectadas por la crisis global y la recesión. En esta situación el Euro "cruje"
y los países, y fundamentalmente los pueblos que lo comparten, resisten los
programas de ajuste que deben enfrentar para lograr las exigencias fiscales del
BCE. Y es ahí donde aflora la falla estructural. La arquitectura del Euro
habilita la resistencia a cada presupuesto de cada uno de los países que
comparten la moneda única y las directrices del BCE. Si la exigencia del BCE
implica una reducción del déficit, como sucede en épocas de crisis, la
austeridad resultante es resistida, y esa resistencia, casi transformada en un
grito de guerra como en el caso de Grecia, se enfrenta al temor de abandonar la
Zona Euro y los privilegios y accesos que esa pertenencia trae aparejados. La
lección que la crisis griega nos deja es que en ese enfrentamiento la pertenencia
a la Zona Euro prevalece. Y prevalece ante una batería de medidas de austeridad
que inicialmente todos sospechábamos que no serían aceptadas por el Gobierno
griego. Puede argumentarse que no fueron aceptadas por el pueblo griego en el
referéndum. Pero esta consulta era de obvio resultado y no fue planteada
correctamente. La confrontación entre austeridad y abandono del Euro no estaba
explicitada en la interrogante formulada en la consulta. Por eso el resultado
del referéndum convivió con un conjunto de encuestas que evidenciaron que más
del 60% del pueblo griego no era favorable a la salida de la Zona Euro. Tsipras
utilizó como último recurso de negociación el obvio resultado de una consulta
mal formulada, que además endureció las exigencias de Alemania para matar un
antecedente muy peligroso: la aceptación de la democracia directa en las
decisiones de la Zona Euro. Finalmente, el propio Tsipras tuvo que pagar el
costo del enfrentamiento entre austeridad y abandono del Euro aceptando la
exigencia de aprobar las reformas como condición para proseguir con las
negociaciones. Consciente de esta primera lección que deja la crisis griega y
del desmedido liderazgo alemán, Hollande llamó recientemente a conformar un
Parlamento de la Zona Euro y la unificación de los presupuestos de los países
que la conforman.
La segunda lección tiene también que ver con la
arquitectura institucional en la que se basó la fundación de la Zona Euro. Los
países que la componen son muy disimiles en su estructura productiva, nivel de
industrialización, y fundamentalmente en su productividad. La existencia de una
moneda única los despoja de la utilización de la devaluación como política
económica compensatoria de la pérdida de productividad, lo que es
económicamente sano. Pero a su vez es irrealista pretender que un conjunto de
países tan disimiles puedan convivir con una paridad uniforme ante el resto de
la canasta de monedas del mundo. La diferencia de competitividad entre Alemania
y Portugal es enorme. ¿Es razonable que esos dos países compartan una misma
moneda y por ende una misma paridad? ¿O la estructura de la Zona Euro debería
contemplar algún mecanismo de compensación que sustituya la restricción
impuesta por la cancelación de la devaluación como política de restablecimiento
de la competitividad?
La tercera conclusión se refiere a que la Zona Euro,
muy contrariamente a lo que proclamaban los antieuropeístas, admite fácilmente
una "mutilación", aunque esta sea el pequeño territorio relativo y la
insignificante proporción que significa su PBI en relación al PBI Europeo. El
Europeísmo felizmente prevalece incluso en los líderes más extremos en cuanto a
la aplicación de las duras reglas de convivencia como Merkel.
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